Por Javier Márquez
Este artículo no lo escribiré en tercera persona sino que lo haré con un tono anecdótico, la razón principal es que escribo sobre un amigo. Les pido excusas a los lectores, si alguno considera que en serio son necesarias.
A Secundino Casas lo conocí por vez primera cuando junto a Marta Castillo, de la Conferencia de Mosaico, visitamos su congregación la Iglesia Evangélica Menonita Shalom en Tampa Florida, esa vez él se vistió como para un evento de suma importancia con un traje de color claro y una camisa azul que hacían que resaltara su tono de piel mestiza.
Me pareció curioso un día más tarde cuando viajando en su camioneta me explicó que se había quitado el bigote porque este lograba que se viera mucho más adulto y mucho más serio de lo que en realidad era. Le daba un aire de macho mexicano de los años 20, cuando en realidad su edad no es tan adulta y su personalidad está muy lejos de ser la de un macho impositivo y temperamental. Pensé que la seriedad con la que se comportaba en casi todos los escenarios era realmente un modo de compostura para las primeras impresiones y que si bien no es una persona efusiva ni voluble, de todos modos en poco tiempo saltaba a la vista su sensibilidad de persona. Por eso habría inclusive pagado por conocerlo con ese bigote. Me habría parecido de muy buen humor y entendería mejor ese tipo de cosas mexicanas de echarle helado picante y piña a los tacos.
Lo cierto es que con pocas charlas logramos hacer amistad, él me abrió las puertas de su hogar, hizo que compartiera con su bella familia y me dejó conocer los tacos verdaderamente mexicanos, de veras en serio. De retribución yo le traje café, de veras en serio one hundred percent colombiano y les enseñé a prepararlo, pero como siempre, añadí algo de crueldad con mi dádiva, les expliqué que eso que siempre habían tomado con orgullo no era café, y mucho menos café colombiano, sino un invento chambón que tenía más de instantáneo que de café real.
Entonces cuando nos citamos por ZOOM para charlar, yo de chisté, porque sé que desde entonces ha pasado más de un año, le pregunté si aún les quedaba un poco de café, él me respondió riendo que eso se les había acabado a los pocos días. Él me contó que justamente dos días atrás me recordaba porque visitaba una familia cubana de la iglesia, quienes por atención les había dado de tomar café cubano, yo le expliqué que no existe mejor café para un expreso que el cubano, y él me lo confirmó y me contó que en ese momento cuando los hermanos cubanos le daban su café, él les contaba esa anécdota de aquella mañana cuando en un restaurante cubano de Tampa yo pedí para el desayuno un expreso doble haciendo la aclaración de que no viniera con azúcar, y la señorita se sorprendió y me abrió los ojos como si estuviera en parto, además de decirme que si hacía semejante cosa de tomarme esa taza de expreso así no más, ella empezaba a llamarme por DON y no me cobraba la cuenta.
Con la anécdota de Secundino yo viajé de inmediato a ese momento con el poder del recuerdo y me sentí en una mañana soleada en Tampa, repleto de la dicha, sentado en esa mesa y observando disimuladamente cómo la señorita reaccionaba cuando yo me tomaba el expreso sin poner drama. Terminé yo afinando algunos detalles de la historia, pero de inmediato él aprovechó para precisar lo siguiente: “Justamente yo empecé a tomar café gracias a mis horas de estudio en el Instituto Bíblico Anabautista.”
El graduado
Secundino Casas hace parte del binomio que recientemente se ha graduado del Instituto Biblico Anabautista (IBA). Él junto a la hermana Fanny Ortiz celebraron recientemente sus honores de estudiantes graduados en la Iglesia Seguidores de Cristo de Sarasota, Florida. Mucho amor y folklore por doquier, fueron acompañados por su mentor, el pastor Juan José Rivera, una muy buena comida hecha por Joselier, chef e hijo del pastor Rivera, además de vestir, en el caso de Secundino, una camiseta azul con el nombre de la iglesia estampada en el pecho, no solo él sino toda su iglesia ,vistieron igual. Luego tuvo que tapársela por la toga y el birrete.
Es un logro valioso, producto de mucho sacrificio, cinco años largos, un último año de estudio atípico por la circunstancia de la pandemia; y el sostén, por supuesto, en segundo lugar del apoyo de la comunidad que pastorea, pero en primera medida de su familia.
“Nunca me lo echaron en cara”
Dice Secundino y explica el motivo: “Mi esposa y mis hijas tenían que esperar en la camioneta por horas cuando estaba en clase y nunca me reclamaron, ahí sentí yo su ayuda y eso me dio un espaldarazo”.
Secundino Casas tiene la pinta de una persona que siempre ha gozado de buena inteligencia, pero eso no es lo mismo que ser bueno en el estudio. Simplemente no lo era. En la secundaria pasaba los exámenes a impulso de recuerdos vagos y suerte, se graduó de técnico contable, con uñas, a panzazo, como dicen en México, y en su adultez más joven no miraba el estudio como una opción a largo plazo ni de broma.
Hoy ya inició el Seminario, o sea, se ha graduado de una y ha entrado a la siguiente. Y se graduó con buenas notas.
Él me contó, volviendo al hilo de nuestra conversación, que gracias al Instituto fue que comenzó a tomar café, porque le tocaba leer y releer demasiado. A diferencia de sus otros compañeros él entraba sin saber nada. No sabía prácticamente nada de la Biblia, por eso siempre estaba a varios pasos detrás de sus compañeros de estudio; para pasar los exámenes debía leer y repetir lo leído, solía entender poco los primeros libros, y su ritmo era mucho más lento que el promedio. Entonces tuvo que comenzar a trasnochar, a estimularse con cafeína para aguantar las veladas, hasta que poco a poco fue alcanzando el paso de los demás.
Por eso siente Secundino que es un gran logro de su vida no solamente haberse graduado de IBA sino también haberlo hecho con buenas calificaciones. Si hay un talento este es, la perseverancia, si algo por destacar es el de no aminorarse, y algo para admirar es eso de poner pecho y surgir. ¡Buena suerte amigo en los siguientes retos!