Esta publicación es parte de la serie MenoTicias: Resilientes e Intrépidas.
Por Adriana Celis
Sandra nació y creció en Cartagena, Colombia. Rodeada de hermosas calles antiguas, elegantes edificios coloniales, balcones decorados con macetas florales que adornan la ciudad que alegran tanto a locales como a visitantes. En su juventud, ella anhelaba ser una destacada maestra. Cuando ingresó a la escuela normal superior para prepararse en aquel oficio, ella sintió que había llegado al lugar correcto “era como estar viviendo un sueño, mi sueño.”
Creció en un hogar bastante estricto y que practicaba la fe católica. Recuerda que su papá le inculcó que debía esforzarse y sobresalir. Esta era la herencia que él le podría dejar -la educación-. Ese bien intangible que perdura en el tiempo, es inagotable y que nadie le podría quitar jamás.
Las decisiones del hoy, son el mañana que soñamos
“Labrarme un camino, no había otra opción. Si yo no lo hacía, nadie más lo haría. Y por más crudo que sonara, esa era la realidad para mi, en ese momento en Colombia. ¿Quién me ayudaría? ¿El Estado indiferente, las amistades efímeras, un amor pasajero, el destino o la suerte? Nadie lo haría. No obstante, mi futuro estaba en mis decisiones”.
Sandra disfrutó haber estudiado para ser profesora donde se graduó y trabajó como maestra por un corto tiempo. Hasta cuando cumplió 20 años y conoció a quien sería el amor de su vida. Un muchacho proveniente del archipiélago de San Andrés y Providencia, ubicado en el caribe colombiano quien se mudó al mismo vecindario donde ella vivía, de nombre Marco Güete.
Tres meses después de haberse conocido con aquel joven se dieron el sí, en una íntima ceremonia donde el mar de Cartagena fue testigo de su amor.
Ella sabía que un día dejaría su hogar y su país. Lo que no sabía era que esto sería más pronto de lo que pensaba. Viajó a los Estados Unidos para reunirse con su esposo quien había viajado ocho meses antes que ella, en busca del sueño americano.
Emigrando hacia la gran manzana
Nueva York era la ciudad a donde se dirigía. Fueron muchos los retos que encontró en el camino, como viajar por primera vez en avión y sola. Sola con un gran y pesado abrigo como compañero de viaje. Su llegada a la gran manzana fue un tanto traumática. El vuelo que la conducía desde Barranquilla a Nueva York aterrizó de emergencia en el aeropuerto John F. Kennedy en plena nevada.
Una vez ya en aquella ciudad. En esa noche de invierno, ella se sintió nostálgica. El frío entraba por su piel sin pedir permiso a través de ese gran abrigo y era insoportable. La ciudad que nunca duerme así le daba la bienvenida. Sabía que sería un nuevo comienzo, con muchas metas que alcanzar y retos que vencer, pero se prometió que a pesar de lo difícil que fuera avanzaría contra corriente.
Uno de los primeros retos que ella debía enfrentar fue un nuevo idioma. Inglés es un lenguaje muy diferente al español en todas sus formas y en todos sus colores. Desde la manera como se habla, se entona y se da a entender. En el mismo sentido, la comunicación que se da entre quien lo habla nativamente y quien lo aprende como segunda lengua a veces difiere. También ver cómo este lenguaje, es usado para mostrar poder, dominio y vanagloria frente a quien con lágrimas, cansancio y tal vez vergüenza da tímidamente pasos de fe, en esta lengua. Es por ello que aprender un nuevo idioma siendo migrante engloba toda una metanoia- es decir un cambio de mentalidad. No es solo aprender gramática y vocalización.
En el caso de Sandra requirió adquirir conocimientos sobre una nueva cultura y distintas realidades fuera de su país natal. Es observar y a la fuerza entrar a reconocer que hay diferentes formas de ver la vida. De cocinar. De comer. Ver y analizar otras formas de amar. De resolver conflictos, de protestar ante las injusticias. De cómo negociar. Y hasta de cómo hacer chistes y reír de estos.
Empezó a trabajar en una fábrica donde realizaba tarjetas de navidad. El trabajo era muy pesado para alguien que no estaba acostumbrada a trabajar en una fábrica por más de 40 horas a la semana. Pronto se acostumbró, sin embargo, Sandra constantemente se preguntaba “¿Es realmente este el sueño americano? ¿Me pasaré toda la vida haciendo tarjetas de navidad? ¿Cuál es la llave que me abrirá nuevas oportunidades, en un país donde soy una inmigrante latina más?”
La resiliencia está en sus venas
A pesar de lo difíciles que fueron los primeros días en esta gran ciudad, ella logró reinventarse a sí misma. ¿Cómo lo logró?, ¿Existe una fórmula mágica? Una palabra clave en su léxico fue la resiliencia. Dice la Real Academia Española por sus siglas RAE, “resiliencia es la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado de situación adverso.” Nadie más que ella lo puede sentir y vivir. Días largos. En las noches tomar clases de inglés para de esta forma aprender a comunicarse en una lengua extranjera. Una familia de quien cuidar sumado que por aquellos días la cigüeña ya había visitado la familia Güete. Atender y amar a su esposo, no en términos patriarcales y mucho menos matriarcales. Todo lo contrario, tener cuidado de su matrimonio, cuidar ese vínculo, amar a esa persona por decisión libre y voluntaria demandaba determinación y valentía.
Recuerdo añade Sandra “Me despertaba en la madrugada prestaba atención a mis niños pequeños, atendía las responsabilidades de mi hogar, me esforzaba en ser una buena esposa, dar lo máximo de mí en el trabajo y en mis estudios. ¡Dios mío! Me cansaba físicamente. Mi esposo siempre me alentaba, es uno de sus lenguajes de amor, “el expresar palabras de ánimo y ponerlas en acción”. Pude superar un día a la vez todos esos retos. Sin romantizar o victimizar como me sentía en aquellos momentos. Me adapté a mi nueva vida, pero seguía soñando con superarme en este país, que te exige dar todo de ti”
Dios y la fe anabautista
Sandra conoció a Dios de la manera menos inusual. Una vecina que residía en el mismo edificio donde ella y su familia vivían, les habló de Dios. Sin hacer esta historia larga, ella escuchó y aceptó el plan de salvación. Su vida cambió, aunque los retos seguían. Inicialmente no asistía a una iglesia de fe anabautista. Sus primeros pasos en la fe cristiana-evangélica iniciaron en la iglesia pentecostal. Fue al pasar de los años cuando todavía su domicilio se encontraba en Nueva York que ella y su esposo escucharon de la iglesia menonita.
Nos preguntamos: ¿Qué hizo que Sandra dejará la fe carismática, pentecostal y teológicamente diferente a la fe anabautista? ¿Será el amor por el prójimo que predicaba Menno Simon? ¿El activismo por las causas sociales? ¿Qué la llevó a tomar esa importante decisión?
En la fe anabautista “yo encontré un lugar, un hogar en donde podía pertenecer. El cuidado con el que se hablaba de la relación entre Dios y su pueblo. No un Dios que está sentado en un trono oprimiendo, sino que muestra su cara de amor y compasión por todos y todas. En especial por el débil, el extranjero; marcaron un antes y un después en mi relación con Él.
Seguir soñando
Sandra como el primer día que pisó suelo americano tenía la firme convicción de avanzar casi un sueño imposible de hacer realidad pero que se cumplió. Ella seguía soñando y como dijo Keiko Nagita, en su obra literaria de estilo progresista, llamada –Candy Candy la historia definitiva– “hay que seguir soñando … todos somos libres de soñar con lo que queramos por muy increíbles que puedan ser nuestros sueños”.
Dios abrió las puertas en el momento y tiempo adecuados. Sandra y su familia pudieron ir a Goshen College en Indiana. Ella pudo estudiar inglés con el propósito de cualificar este idioma mediante el examen TOEFL iBT. Para de esta forma entrar a competir en el campo laboral estadounidense. No todo fue color de rosas y días azules para Sandra. Ella tenía que superar otro reto más. Lograr traer a su mamá desde Colombia para que pudiera disfrutar junto con ella y su familia mejores días. Al fin después de muchos obstáculos su mamá pudo llegar a los Estados Unidos para tener independencia y desarrollo personal y del mismo modo apoyar a Sandra y a su familia en las labores de la casa.
La historia de Sandra no termino solo allí en Goshen. Ella pudo con la ayuda de muchas personas y de Dios llegar a estudiar cosmetología y asistente médico. Ejerció estas profesiones en diferentes estados del país. Encontrando balance entre su trabajo y su vida personal. Apoyó a su esposo cuando entró al seminario bíblico para adelantar sus estudios teológicos. Ayudó a su madre a encontrar libertad financiera y personal. Formó hijos e hijas útiles para la sociedad. De esta manera fue como Sandra logró superar todos los gigantes que se alzaban como grandes molinos, con determinación, esfuerzo y humildad. En un país que día a día corre sin descanso, busca que todo sea hecho al instante, el llamado efecto microondas o exprés que entre tanto afán pierde la belleza de ver un nuevo amanecer y presenciar un atardecer. En otras palabras, la belleza de vivir.
Para finalizar, Sandra en su propia reflexión dice “Hoy estoy viviendo los sueños imposibles que visualicé hace más de 50 años atrás cuando llegué con ese abrigo pesado acá a los Estados Unidos. Si no hubiera sido decidida y no hubiera actuado no estaría hoy donde estoy. Dios ha sido bueno, la vida es bella”.