por Adriana Celis
El 2024 llegó y con él nos trajo muchas alegrías, momentos de regocijo y de profunda reflexión. Además, para otras personas inició con tiempos de oración, de compartir con la familia y, por qué no decirlo, desconectarse del mundo exterior.
En lo personal, entre las muchas cosas nombradas anteriormente, inicié este año reflexionando en lo que me permitía el último estreno cinematográfico de Netflix. Se trata de la adaptación a la gran pantalla de la obra literaria del escritor y guionista uruguayo Pablo Vierci, la cual se titula La sociedad de la nieve. Ella me ha dejado muchos sentimientos agridulces, al llevarme a pensar en lo efímera y hermosa que es la vida, con sus alegrías y retos; también por la increíble resiliencia que puede desarrollar el ser humano en momentos de mucha presión; y donde encontrar respuestas a lo inexplicable no se encuentra a la vuelta de la esquina.
De los ciento cuarenta y cinco minutos que dura esta película, me realicé muchas preguntas. A través de las vivencias de los personajes, el espectador como yo, comienza a experimentar la crudeza entre la vida y la muerte, la verdad y la fantasía, la fe y la desilusión y, hasta, preguntarse ¿dónde estaba Dios en esta tragedia?. El director Juan Antonio Bayona, en su creación cinematográfica nos lleva por una narrativa de tipo documental. La historia inicia contándonos como un grupo de 40 personas y 5 tripulantes se estrellan en un accidente de avión « en la nieve, en el glaciar de las lágrimas ubicado en las montañas de la cordillera de los Andes, en el Departamento de Malargüe, provincia de Mendoza, en (Argentina) a unos 1200 metros de la frontera con Chile».[1] De ese trágico accidente, lo que se esperaría es que no hubiese sobrevivientes, pero a veces la razón falla y la vida surge en medio de los más devastadores y crudos momentos, ya que aunque pareciera imposible de ese trágico accidente, quedaron personas vivas.
Los milagros no llegan solos
Existen varias formas en como un milagro llega, uno es orando, otro actuando y otro es la combinación de ambos. Es por ello, que uno de los momentos que más me impactó es ver cómo los sobrevivientes del vuelo 571, perdidos en medio de la cordillera de los Andes, suplican y ruegan a Dios por un milagro, el milagro del rescate. Rescate que nunca llega, al menos en la forma que ellos esperaban. Aun en medio de su desespero, la debilidad por el cansancio y la falta de comida, surge un sueño: ¡sobrevivir!. «Cuidemos la vida, que es sagrada» dice uno de los personajes.
Y ver a estos chicos me llevó a reflexionar en cuantas veces los domingos en los servicios de la iglesia escuchamos oír al predicador o predicadora que hay que esperar el milagro. Tal vez, si estos sobrevivientes a esta tragedia devastadora se hubieran quedado esperando a que la fuerzas de rescate hubieran llegado por ellos, no existiría esta película, no hubiera sobrevivientes que contaran la historia, no hubiera existido un después. Y es que muchas veces en la fe tradicional cristiana se confunde el tener fe, con la resignación de quedarse esperando toda la vida por un milagro, cuando tal vez el milagro está al tomar acción y atravesar la montaña para llegar a un lugar seguro.
Estoy convencida, al igual que en un momento lo estuvieron los sobrevivientes a esta tragedia, que si se hubieran quedado sentados esperando que un milagro sucediera, ellos se hubieran muerto de desespero y hambre en aquella fría montaña. Entonces me pregunto, ¿será que ellos, al igual que mis reflexiones, reflejan que no tenemos fe?, o al contrario, ¿tenemos más fe aquellos que salimos y desafiamos las palabras de los sermones de domingo?; ¿vemos la fe, no solo como un acto litúrgico de cuatro paredes, sino como un acto que transforma las vidas y crea legados?
Tal vez este tipo de fe es la que necesitamos en nuestra sociedad. Una que no encasille a Dios, una que lo glorifique, que sea capaz de salir de nuestros antiguos santuarios, o nuestra cultura o pensamientos, o aquella que no se conforme meramente con resignarse a esperar, sino que genere una revolución en nuestro interior y sea capaz de decirle al mundo: «mira que sí se puede, en fe escalé esa montaña, en fe corrí la carrera, en fe hice prodigios».
No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos
Para concluir, me gustaría referirme a otro de los momentos más fuertes y que reflexiona uno de los personajes al hablar de su fe y cuando los sobrevivientes crean una verdadera comunidad de ayuda entre ellos mismos. Se limpian las heridas, se dan calor humano y consuelo en las noches frías y estrelladas, donde las imponentes montañas de los Andes fueron testigos silenciosos de su nueva realidad. Las envidias, los egos propios y los ajenos los hicieron a un lado para lograr sobrevivir. En mi opinión, este tipo de sociedad que reflejó la película, género, una crítica y una reflexión a la vez, ver el amor puesto en práctica, más allá de meras palabras retóricas, de discursos, ensayos o sermones. Es ser testigo presencial de las palabras de nuestro Señor Jesús en Juan 15:13 «Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos» (NVI).
Y es que a veces en nuestra sociedad fría y apática, en nuestras comunidades de fe, donde los egos reinan, se nos olvidan las palabras del maestro. Este es un llamado para que este año 2024 lo vivamos construyendo comunidades de hermandad y servicio que, como en La sociedad de la nieve, reine el amor al prójimo, en vez de la envidia, la apatía y el egoísmo, colocando como piedra angular el amor que Jesús nos mostró con su propia vida.
[1] Información del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, ver en web: https://es.wikipedia.org/wiki/Vuelo_571_de_la_Fuerza_Aérea_Uruguaya#:~:text=en%20la%20cordillera%20de%20los%20Andes%20en%20el%20Departamento%20Malargüe,de%20la%20frontera%20con%20Chile.