Esta es la 1ra. parte de la serie biográfica: “Samuel el Guatemalteco,” Vida y circunstancias del Pastor Samuel Moran.
Por Javier Márquez
Al llegar su padre, Samuelito está allí, debajo de un árbol frondoso, en Guatemala. Aquí comienza el relato. Sus únicos amigos son los gusanos que cría con mucho cuidado porque pueden herirlo. La sombra que regala el árbol, le brinda a sus primeros años de infancia un cómodo descansadero.
La memoria viaja como máquina de vapor. Hay que dejarse llevar. Puede parecer una máquina destartalada, con sus engranajes ruidosos, sus ruedas oxidadas, sus palancas torpes, pero así va yendo, despacito, avanzando hacia atrás como quien nada hacia el fondo. Los rieles hacia el pasado se van combinando con otras líneas que los tocan, los cruzan, que se vuelven a desprender, lo atraviesan una y otra vez, sin orden, en maraña de rayones, pero su propósito sigue viajando hasta llegar a un destino, cincuenta años de viaje.
“Aquí no es bienvenido, despídase de sus hijos y llévese su comida.”
Recientemente su padre había perdido el trabajo, eso recuerda hoy, cincuenta años en el futuro. Su padre debido a la incapacidad de reubicarse en otro trabajo, comenzó a tomar alcohol sin control. Uno de esos días, frente a todo el mundo, frente a sus vecinos con quienes compartían condominio en aquella pensión de paredes de barro, Samuelito verá cómo su padre borracho golpea a su madre, todos esos azotes y esos chillidos, el padre de las palizas; tanto y tan extremo fue el cabreo que los dos hijos más grandes tuvieron que acudir en socorro de su mamá, y luego de intercambios de madrazos y golpes, el padre salió echado de la casa. Pero a los pocos días volvió, con el rabo entre las piernas, la barba crecida y con un pollo bajo el brazo, entonces la madre, que aún sanaba sus heridas, lo recibió en la sala de la casa y le da a entender con su voz resuelta que desde aquel día hasta siempre y las irreparables consecuencias de su error de macho: “aquí no es bienvenido, despídase de sus hijos y llévese su comida.”
Fue la última vez que lo vieron. Jamás volvieron a escuchar de él. Muchos años después, cuando murió su madre, uno de sus hijos mayores le dijo a Samuel: “Mamá solía ser cariñosa y tierna, pero desde entonces se volvió muy ruda”, Samuel le respondió “Yo nunca conocí esa madre cariñosa.”
Cuando Samuel ya era un adolescente y había conocido de la fe evangélica, todo su ser, su corazón, su devoción, estaban volcados en esa dirección. Su historia transcurrirá en una serie de capítulos que cuentan página a página la vida de una persona que no entiende cómo vivir de otro modo que no sea impulsado por la necesidad de perseguir cualquier cosa que verdaderamente lo apasionen.
Incluso siendo un joven dulce e inocente, ya era una persona de pasiones desbordadas. Fue por el futbol y la calle, pero después de su conversión milagrosa, la pasión estaba totalmente invertida en Dios.
En la misma religión que naces, en esa misma te mueres, mi vida”
En el barrio conocían a su madre como doña Trinita. Un día, cuando Samuel regresaba a casa, ella lo apretó del brazo y le dijo, “He oído que te han visto por ahí con los evangélicos, si te encuentro en esas te saco, ya tu sabes de qué manera hago las cosas. En la misma religión que naces, en esa misma te mueres, mi vida.”
Todo siempre tuvo que ser a escondidas. La Biblia debía esconderse debajo del colchón, las visitas al templo debían estar bien sincronizadas con el horario de trabajo de su mamá. Un día, en pleno servicio, Samuel sintió a mitad de los coros de alabanza que alguien le tomó del codo, cuando se giró era ella, el mayor de sus temores, quien llevaba en su otra mano un cinturón para arriar caballos, “Te lo dije, ¡Samuel!”. Ese día se lo llevó de ahí hasta la casa inmerso en la madre de todos los latigazos con el cinturón de los caballos. Pasaron incluso por la esquina donde Samuel se sentaba con sus amigos, él escuchó decir, “miren, ahí va el pobre Samuel…”.
Pero al otro día Samuel estaba igualmente en el servicio de la iglesia. Entonces su madre recurrió a todo lo posible, habló con el cura de la iglesia católica, antiguo amigo de Samuel, habló con espiritistas, discutió con el pastor exigiendo que no dejara entrar a su hijo a la iglesia, “¿Por cuánto vendió a mi hijo? –Le reclamaba- ¡Devuélvalo! ¡Lo prefiero borracho tirado en la calle que con ustedes!”
“Usted va a tomar a Samuel y lo va a bañar con las yerbas”
De verdad intentó de todo. Un día de esos Doña Trinita llevó a Samuel a un templo espiritista donde observó que en el altar tenían una mesa larga dispuesta con varias personas alrededor, entonces escuchó decir a alguien, “Hoy hemos recibido con bendición la presencia de Rubén Darío.” Al final doña Trinita habló con el encargado, le comentó la gravísima y desesperante situación de su hijo que tenía ensoñaciones evangélicas, y él le formuló la siguiente receta: “Usted va a tomar a Samuel y lo va a bañar con las yerbas que están anotadas en este manual de pociones –le entregó el manual doblado- y luego hará el siguiente rezo –le dictó el rezo-“. Esa misma tarde Doña Trinita sintió una esperanza divina al salir de allí.
Samuel estaba preocupado por el asunto de los baños milagrosos, temía que ejercieran algún conjuro que lo ataran a una fe ajena y lo desligaran de la propia, entonces habló con Mario, su amigo evangélico, éste lo aconsejó que en el instante cuando lo estuvieran bañando, paralelamente, estuviera ejerciendo poderes contrarios por medio de sus intercesiones a Dios. Así hizo. Cuando llegó aquel día del baño, su madre lo metió en una especie de pila y comenzó a rociarle agua y yerbas y a murmurar rezos, y cuando finalizó el rito le dijo, convencida en el poder que acababa de conjurar, “ahora sí, haz los que quieras.” Samuel, sorprendido por la magia de aquella expresión liberadora, con el cuerpo fresco y oliendo a bebedizo, se puso su ropa y arrancó directamente para la iglesia. Sucedió exactamente lo mismo con cada uno de los baños que le siguieron. Cuando por fin le contó a su pastor, éste le dio la otra fórmula históricamente probada por todos los mártires, “Usted obedezca en lo máximo a su madre, pero por ningún motivo vaya a negar su fe.”
Así Samuel recibió el bautismo en aguas, entre rejas, un niño entre criminales
Pasaron tres meses y Samuel se sintió preparado para bautizarse. Pero la situación en casa no cambiaba, seguía hostil y repleta de yerbas y rezos, por eso aspirar a un bautismo en horario dominical era simplemente una locura, podía ocurrir cualquier cosa, podía pasar que en pleno acto su madre se lanzara al agua con su cinturón de caballos y lo dedicara al Señor pero en divinos latigazos con el cinturón. Entonces, un día, Samuel supo que su pastor tendría una jornada de bautismos entre semana en la cárcel de la ciudad, -¡Esta es mi oportunidad!- pensó.
Ese día no fue al colegio, alistó su maleta de útiles escolares pero se fue derechito hacia la cárcel. Al verlo, los presos se le burlaron, “¿Pero si usted es libre por qué viene a bautizarse aquí con nosotros?”, pronto se hizo amigo de ellos, y hasta terminaron compartiéndole la ropa para bajar a las aguas. Así Samuel recibió el bautismo en aguas, entre rejas, un niño entre criminales, con ropa de carcelarios, rogando al Señor que lo recibiera en su iglesia y que también ese día le pusieran en el lugar de trabajo horas extras a su madre. Dios escuchó lo primero. Al poco tiempo, cuando alababan al Señor, una de las hermanas de la iglesia se le acercó al oído, “¡Mire Samuel, su mamá fue a buscarlo a la escuela y ahora anda por todos lados preguntando por usted!”.
(En la siguiente publicación de MenoTicias continuará esta interesante historia de Samuel).