Por Javier Márquez
Memoria vino esta mañana a visitarme, de repente abrió la puerta de mi cuarto y yo salté sorprendido de la cama, ella me dijo que no me alterara, me indicó que saliera de las cobijas y me sentara en el escritorio. Memoria salió del cuarto momentáneamente y cuando volvió arrastraba detrás de ella una silla. Yo estaba todavía apuntándome el pantalón y Memoria, trayendo la silla de mi escritorio, la ubicó justo frente a donde había puesto la otra, de forma serenamente me indicó con las palmas de sus manos extendidas que me sentara.
Súbitamente sintió el impacto de la bota de aquel hombre chocar contra su torso
Entonces comenzó a contarme: “Recuerda… Empecemos por ese día que tu madre pasaba por la calle cerca de la tienda. Por el gesto de tu rostro puedo ver que este momento en especial te genera una rabia y un dolor presentes. No importa el pesar del tiempo… Pero voy a continuar. Ella caminaba, según como te contó ella, no se dio cuenta de la persona que venía en la dirección opuesta hasta que ya fue inminente el choque, demasiado tarde. Entonces súbitamente sintió el impacto de la bota de aquel hombre chocar contra su torso y ella salió despedida hacia atrás. En un instante no sabía por qué estaba mirando todo desde el suelo, ¿dónde estaba y quién era?, ¿dónde habían quedado sus manos y sus pies, y sus ojos? En el momento de comprender que estaba siendo atacada por ese gigante desconocido levantó la mirada y lo vio acercarse como un animal hambriento. Ella trató de escapar, levemente levantó su cuerpo, pero él era demasiado veloz, otra vez estaba sobre ella y con su pie izquierdo le piso el rostro como si lo quisiera enterrar en el asfalto de la calle. Luego de ese golpe ella se sintió vencida, toda su capacidad de reacción y defensa, había sido flanqueada, ahora yacía en ese suelo rendida, entregada a la furia de ese hombre que la pateó dos veces más y en el último golpe pasó definitivamente sobre su cuerpo humillado. Te recuerdo que nadie dijo nada, unos se indignaron, otros se horrorizaron, nadie, absolutamente nadie, hizo nada para defenderla. Y allí quedó tendida tu mamita.”
Siguió contando “¿Tienes memoria de cómo murió tu hermana y su mejor amiga? Recuerda que la noche anterior te había comentado que llevaría al spa a su mejor amiga como regalo de cumpleaños. En menos de 24 horas ya sabías la noticia, que había sido acribillada por un joven que llegó disparando a cuanto rostro diferente viera en el lugar. Ella recibió dos tiros en el estómago, uno en la pierna derecha, quizá cuando intentó huir corriendo. La noche anterior, cuando hablaron por última vez, tú la molestabas, le decías bromeando que únicamente llevaba a su amiga al spa porque esperaba encontrarse con el hermano de ella cuando viniera a recogerla en su carro.”
La empatía es el fruto más dulce que uno encuentra por el desierto
La comunidad hispana no somos nada ajenos a sentirnos rechazados, discriminados, reducidos y atacados por motivos racistas. Solemos guardar en moribundo silencio esos recuerdos que nos muerde la lengua. Mal hacemos. Eso se debe en mucho sentido a nuestra cultura, que es la cultura del aguante cualquier cosa, del soporte todos los bultos que nos pongan en la espalda, porque somos valientes, porque toca demostrar que nada nos vence y pase lo que pase nuestra sonrisa va a dar el golpe final de la pelea. De todos modos, aunque esa sonrisa de pueblo latino es el poema épico más maravilloso que nuestra estirpe pueda cantar, es indispensable, en el sentido urgente, de desaprender y comenzar a pasar por la narración, por el levantar nuestras voces, la denuncia de lo malo que nos hacen y los actores de eso malo que nos hacen.
Por eso aquel dolor debe de ser un motivo para solidarizarnos con aquellos y aquellas que pasan por semejantes cosas. La empatía es el fruto más dulce que uno encuentra por el desierto. Y la capacidad de hacer lazos, de abrazar con los brazos del alma, con esos seres que te encuentras en el desierto.
Como comunidad hispana no podemos callar, mejor dicho, no podemos simplemente murmurar, con toda esta escalada de odio que viene creciendo en los Estados Unidos en contra de nuestros hermanos y hermanas asiáticos.
Como buenos hispanos decimos “Lo que es con usted, es conmigo.” Que viva la rabia santa, la indignación por el mal que hacen a otros y otras. Como esas veces que Jesús se indignó y le dio rabia cuando una masa de ignorantes cegados por el odio iba a apedrear a una mujer o como cuando se indignó porque sus discípulos dejaban entrar a los adultos, pero no a los niños.