Por Carlos Martínez García
Kairós y Cronos
La política de Jesús fue la encarnación. Su modelo relacional fue tangible en cada una de las interacciones con personas y ambiente socio cultural de su tiempo. Lecturas espitualizantes, que no espirituales, de una categoría reiteradamente usada por Jesús, la de Reino de Dios, han despojado de su radicalidad la enseñanza de él acerca de la ciudadanía que encomendó vivir a sus discípulos, hombres y mujeres, en la sociedad caracterizada por determinados valores. Lo anterior, y temas relacionados, son abordados por César García, secretario general del la Conferencia Mundial Menonita, en el recién publicado What is God´s Kingdom and what does citizenship looks like? (Herald Press, Harrisonburg, Virginia). El volumen forma parte de la serie El camino de Jesús, pequeños libros de una fe radical. Yo redacté las preguntas, las “respuestas” de César son líneas textuales tomadas de la obra, cuya lectura recomiendo ampliamente.
¿César, por qué es importante comprender el significado original de una expresión muy usada por Jesús, la de reino de Dios?
El “reino de Dios”, o “reino de los cielos”, es el tema central de la predicación de Jesús. Se menciona alrededor de 140 veces. Reino es una palabra política que tiene que ver con un estilo de gobierno particular. Habla de una monarquía, una comunidad gobernada por un rey y una estructura de leyes que median las interacciones políticas de la comunidad. De ello se desprende que “reino” es una forma concreta de organización de una sociedad, es decir, es un sistema político. Siguiendo estos pensamientos, podemos definir el reino de Dios como un orden alternativo a las organizaciones sociales humanas. En palabras del teólogo menonita John Driver, el Reino de Dios “tiene que ver con las formas concretas que toma la vida entre su pueblo. Es en las relaciones entre el pueblo de Dios donde se manifiesta su gobierno”.
¿Cómo se forma parte del Reino de Dios y qué implica ser integrante del mismo?
Según Jesús, las personas que se arrepienten y eligen recibir el reino de Dios viven una vida de generosidad y sencillez. Eligen el servicio sobre la dominación, la interdependencia sobre el individualismo y un estilo de vida sencillo contrario a la acumulación. Estas son opciones políticas, no en el sentido de la política de partidos, sino en cómo afectan el poder, la economía y las estructuras sociales. El reino de Dios es una posibilidad tangible para aquellos que cambian su forma de pensar y vivir (es decir, se arrepienten) y aceptan a Jesús como soberano. El reino de Jesús no es una experiencia religiosa etérea o privada. Es una decisión voluntaria que convierte a los seguidores de Jesús en ciudadanos de un dominio específico, un reinado a menudo más visible en los márgenes de la sociedad. Hablar de Jesús es hablar de política.
¿Entonces la política de Jesús contrasta con los sistemas políticos en los cuáles nos desarrollamos?
Independientemente de dónde nazcas, tu país y tu sistema político heredado te moldean con valores y prioridades que pueden contrastar con el reino de Dios. Somos como peces nadando en la única realidad que conocemos: un mundo caído y pecaminoso. Sin darnos cuenta, nos movemos dentro de estructuras pecaminosas que equivalen al agua para los peces. Nuestras relaciones financieras, nuestros sistemas de dominación, la forma en que entendemos la justicia y cómo enfrentamos los conflictos y los desacuerdos, todos incluyen valores pecaminosos de los que no hay escape. ¿O hay? Sí, es la vía de escape hacia la libertad que ofrece Jesús, y la marca de una nueva política que no es de este orden social. Esta nueva creación, el reino de Dios, no se apoya en ninguna de las estrategias para unir sociedades diversas mencionadas anteriormente. La unidad que experimentamos en el reino de Dios es un don del Espíritu Santo. No podemos forzarlo ni fabricarlo; el reino de Dios lo ofrece gratuitamente para nuestra salvación y disfrute. La unidad en el reino de Dios no es el resultado de una visión o narrativa compartida. No es la consecuencia de ignorar o suprimir las diferencias. No es el resultado de un acuerdo doctrinal o ético, independientemente de cuán vitales sean la doctrina y la ética. Es un milagro del Espíritu Santo. Nuestra tarea es mantener la unidad que Dios crea (Efesios 4: 1-3).
Jesús dijo que los gobernantes tienen tendencia a enseñorearse, a dominar y obtener beneficios de sus dominados (Lucas 22:25). ¿Frente a esta realidad, en que es diferente el Reino de Dios?
Dios condena cualquier forma de dominación, ya sea basada en la economía, la raza o el género. En palabras del teólogo español Jon Sobrino, “el reino de Dios juzga y critica cualquier estructura histórica y social”. Frente a los imperios opresores, independientemente de la cultura o la época en que tales imperios gobiernen, la verdadera fe cristiana será subversiva […] La buena nueva de Cristo es siempre invitacional, presentada en forma de testimonio, y nunca coercitiva. Cualquier tipo de triunfalismo o colonialismo en nuestro mensaje como iglesia, cualquier tipo de alianza con gobiernos opresivos, será una mala noticia para víctimas de la injusticia social y la discriminación. No todas las iglesias representan el reino de Dios, pero el reino de Dios está presente entre todas las comunidades de fe que siguen a Jesús y practican su política. En palabras del teólogo norteamericano Ronald Sider, “la iglesia es un modelo visible de un orden social redimido”.
¿En esta política del Reino de Dios, qué rol tiene la espiritualidad, entendida esta como conductas que reflejan el modelo de Jesús?
La unidad real en medio de la diversidad es posible gracias a la obra del Espíritu Santo en la iglesia ahora, en el día de hoy. Esa es una de las razones por las que la iglesia puede atraer a otros. La iglesia está llamada a practicar políticas que muestren a las naciones del mundo cómo vivir e interactuar en armonía a pesar de las diferencias culturales. En términos bíblicos, la dominación contrasta con la comunión (griego: koinonia), que es una palabra que implica una relación cercana, comunalidad, solidaridad y responsabilidad compartida. La comunión tiene que ver con la reciprocidad, con la pertenencia unos a otros de manera interdependiente
En tiempos del Nuevo Testamento, al igual que hoy, se ejercían formas de dominación, ¿qué puedes compartirnos al respecto? ¿Cómo se ha dado forma, en la familia anabautista/menonita, a la política de Jesús respecto a tales prácticas opresivas?
El apóstol Pablo identifica tres formas de dominación que la política de Jesús destruye: “ya no hay judío o griego [jerarquía racializada], ya no hay esclavo ni libre [jerarquía de clases], ya no hay hombre y mujer [jerarquía de género]; porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28). De acuerdo con las Escrituras, muchas iglesias anabautistas practican la abolición de la jerarquía de género en su política. Perciben la dominación de género como resultado del pecado humano. Jesús restauró todas las relaciones a la intención original de Dios. Por eso Jesús restauró la dignidad de la mujer, que fue ignorada por los valores culturales de su tiempo. En el Nuevo Testamento, la iglesia primitiva reconoció a varias mujeres en posiciones de autoridad. Los roles de liderazgo no estaban determinados por el género sino por los dones del Espíritu. Dios no reserva algunos dones para hombres y otros para mujeres.