por Adriana Celis
Uno de los sentimientos más profundos y difíciles de explicar es el duelo. Este no implica solamente el proceso de despedida cuando alguien fallece, también conlleva el saber gestionar las emociones cuando algo, en la vida, llega a su fin. Podemos ver ejemplos de este caso como el fin de un ciclo laboral, una relación de amistad, noviazgo o matrimonio; el duelo al dejar la nación de origen y emigrar a una nueva, entre muchos más.
Este proceso no es para nada fácil, y más cuando se debe decir adiós a personas amadas tras un fallecimiento. La angustia que solo la puede experimentar quien lo vive al tener que despedirse y aceptar con resignación que ese dolor se puede superar pero jamás olvidar. Y es que con el pasar de los días, la mente humana, en su poderosa resiliencia, se adapta a su nueva realidad de vivir con la ausencia de esa persona o dejar ir alguna otra cosa o circunstancia.
En el libro de C.S Lewis On Grief, el autor describe el duelo «como una pena y angustia profunda. Hay gran dolor en el duelo, generalmente es un sentimiento que nadie puede entender y que con el pasar de las horas y los días las mentes y cuerpos humanos finalmente se adaptan a cualquiera es la causa del dolor. Y es entonces que nos damos cuenta que estamos sobreviviendo a ese dolor y que nunca olvidaremos. Que la vida continúa y hay que enfrentarla en medio de retos y desafíos».
Aun en medio de estos sentimientos me pregunto, ¿cómo no entrar en conflicto entre el dolor y la fe? ¿Dios consuela ese dolor o al contrario se muestra indiferente?, ¿cómo gestionar esas emociones sanamente?
La fe y el dolor
Tal vez una de las grandes formas de aprender a cómo sobrellevar ese dolor es aprender de la resiliencia que otros han desarrollado en el proceso de duelo. En la biblia, Jesús hace una afirmación sobre el dolor cuando él dijo «bienaventurados los que lloran porque ellos recibirán consolación» (Mateo 5:4 RVR 1960). Lo que me lleva a reflexionar en que Jesús, el Señor, el hijo de Dios, sabía qué era el dolor y el peso que este conlleva, dando un mensaje de esperanza al decir que hay consolación, y aún en la noche más larga y oscura él se manifiesta. Él muestra su compasión y amor en el fallecimiento de un ser amado, en los diagnósticos sin esperanza en un frío hospital, en el duro proceso del divorcio, en el desprecio de un amigo hacia otro, en una carta de despido y en el proceso de migrar y dejar atrás lo conocido por abrazar lo desconocido.
Un Dios cercano
Dios es tan cercano a cada uno de nosotros, más que un buen amigo o un hermano. Aunque a veces la realidad golpee y la soledad del duelo no sea algo que se predique usualmente un domingo en la iglesia ya sea por motivos de espacio o tiempo. Tal vez nos acostumbramos a hablar solamente de la justicia, de la paz y de las inequidades, y se descuida el dolor y la angustia del prójimo. Y es por eso que algunas veces se asume erróneamente que Dios es indiferente al dolor, cuando, por el contrario, él es un Dios compasivo y lleno de amor que sabe muy bien el proceso del duelo al fortalecer y calmar el dolor por medio de su Santo Espíritu.
Las emociones y su gestión
Hablar sobre el dolor es una de las mejores formas de gestionar esta emoción, aunque no es la única forma. A través de la oración, la meditación y las actividades en comunidad se puede llegar a gestionar las emociones. Dios, también, de una manera inexplicable al ser humano se muestra como una madre y padre comprensivo al dar consuelo al corazón roto mediante su Santo Espíritu. Él prometió enjuagar cada lágrima y dar consuelo al afligido.
Desde el equipo de MenoTicias enviamos un abrazo y consuelo para aquellos que están afrontando algún dolor y clase de duelo para que el Dios de paz les brinde amor y fortaleza!