Por Adriana Celis
Venezuela hace más de 20 años era una nación rica. Era líder, no solo por ser pionera en la economía de América Latina, sino también del mundo. Desde exportaciones masivas de petróleo, reservas de este hidrocarburo, entre otras acciones que realizaba lo consolidaban como un país poderoso que, aunque siendo pequeño, podía competir en el robusto mercado del oro negro con países que lo lideran, como han sido Estados Unidos de América, Reino Unido, Europa y asiáticos como China. Desafortunadamente, desde la llegada del progresismo radical, la economía empezó a sufrir efectos muy devastadores, lo que generó un daño irremediable en las finanzas de la nación. «Las políticas que introdujeron el expresidente Chávez y la continuación de estas por su sucesor Maduro crearon un Estado expansivo y sin controles, junto con un sector privado circunscrito y con exceso de controles en el ámbito privado» (Tribuna, Revista de Asuntos Públicos, Corrales Javier[1])
Como fruto de esta situación, empezaron a salir a flote las consecuencias que no se hicieron esperar. Un aumento descontrolado de la inflación, que desembocó en una crisis financiera, la cual sobre el año 2015 produjo una hiperinflación en el mercado, dañando así la economía ya quebrantada de Venezuela. En el mismo sentido, empezó un éxodo nunca antes visto y como si no fuera poco, la violencia comenzó a reinar en la calles. Todos estos acontecimientos llevaron a que muchos venezolanos y venezolanas buscaran soluciones rápidas y desesperadas a sus problemas. Dichas soluciones, para quienes encontraron la manera y tuvieron los recursos, vieron que era la migración a horizontes nuevos lo mejor que podían hacer; sin embargo, esto implicaba dejar todo atrás, entre ellos: la comodidad de sus hogares, su cultura, su lengua, sus posesiones materiales, su identidad racial y, también, lo más preciado, su familia.
Mis recuerdos “guardados en una bolsa negra”
Como resultado de la difícil situación que atravesó en temas políticos y sociales el país venezolano, muchas familias comenzaron a peregrinar hacia otros países de Latinoamérica y también hacia Estados Unidos, un país al cual emigrar no es nada fácil; que nunca descansa; que preguntar lo más obvio esta visto mal en muchas ocasiones; en donde si no aprendes a manejar bien tu tiempo, otro u otros lo manejaran por ti; en donde debes reaprender desde cero para poder sobrevivir.
En ese trajinar de experiencias, decidimos hablar con Mariana Narváez y su esposo Franklin Antonio Tovar, quienes junto con su hijo Leonardo Antonio Tovar Narváez, y a quienes de cariño llaman Leo, decidieron migrar desde Venezuela a Estados Unidos. En la actualidad, ellos son miembros activos de la iglesia College Mennonite Church, en Goshen Indiana.
Nos cuenta Mariana y Franklin, ya instalados en la sala de su casa en Elkhart, al norte de Indiana, que llegar a Estados Unidos fue toda una aventura; fue un viaje que no se empezó a planear con meses de antelación, sino que les tomó un par de semanas. El rostro de Mariana reflejaba paz, pero al mismo tiempo una profunda nostalgia cuando le preguntamos sobre cuál es la situación real de Venezuela: «Nos puedes compartir algo más allá del amarillismo de los noticieros locales». Ella, quien fue generosa y no escaseo en palabras para compartirnos cómo fue su experiencia de vida en la República Bolivariana de Venezuela, nos compartió:
“En una bolsa de color negro, grande y de textura gruesa empaque todos mis objetos de más valor; mientras los sostenía en mis manos, sabía que en mucho tiempo no los volvería a ver. Así que los guarde bien, tomé un profundo respiro y continúe empapelándolos. Enjuague con mis manos mis mejillas, por donde brotaban lágrimas, que eran de felicidad, pero al mismo tiempo de nostalgia por dejar atrás toda una vida construida. Sostuve por unos minutos más los álbumes familiares de mi niñez, juventud y adultez, todos esos recuerdos, que ya solo estarían presentes en mi memoria… así que los miré bien para no olvidarlos, porque sabía que en muchos años no los podría volver a mirar fijamente. También empaque, en aquella bolsa, documentos importantes como son mi acta de matrimonio, el acta de nacimiento de nuestro hijo, mis argollas de matrimonio, y otras cositas que junto con la mitad de mi corazón se quedaron en Maracay, Venezuela.”
Maracay, -La Ciudad Jardín
Maracay, nos cuenta la familia Tovar-Narváez, es la ciudad en donde nacieron y pasaron la mayor parte de sus vidas. Es, además, la capital del Estado de Aragua y del municipio de Girardot. Una ciudad bella. Esta se encuentra cerca de la costa caribeña, conocida también por ser la Ciudad Jardín, debido a que por sus alrededores se puede observar la belleza de las flores que nacen cada año y, que, con su grato olor buscan brindar un poco de serenidad a una ciudad que la ha perdido. Poco a poco, dice Mariana, nos vendieron la falsa idea del progresismo, que sin lugar a dudas parecía ser el beso de Judas… dulce, compara ella a la sensación del paladar, pero mortífera cuando logra su propósito. Desde su perspectiva nos cuenta
“La crisis de Venezuela no empezó de la noche a la mañana. Inició con una idea, la idea del llamado socialismo que, al igual que el capitalismo, también desangra a los habitantes de las naciones que la padece. Después, la idea se materializó y pasó de lo intangible a lo tangible. Nos vendieron la idea de la igualdad social con la llegada del expresidente Chávez al gobierno (1999-2013) y de su sucesor Maduro (2013- presente). Todo parecía estar bien… fue poco a poco que la ley cambió, que las empresas públicas se vendieron, las empresas privadas se manipularon, el hambre aumentó.
En el mismo sentido, el dinero que teníamos como fruto de años de trabajo no nos alcanzaba para comprar nuestros alimentos básicos. Y, como si fuera suficiente, con la crisis financiera encima, la violencia se incrementó. Mi esposo, Franklyn, trabajaba para una empresa maquiladora de alimentos que produce gran proporción de alimentos a una multinacional extranjera. Todo iba bien hasta que la violencia y las continuas amenazas tocaron la puerta de nuestro hogar; así que, sin mucho pensarlo, en la navidad del año 2021 decidimos guardar nuestros documentos y bienes más preciados en una gran caja, cuyo interior contiene una bolsa negra, y darla al cuidado de un familiar cercano para emigrar a Estados Unidos de América.”
Estados Unidos y un hijo con necesidades especiales
“La llegada a Estados Unidos no fue fácil y menos llevando con nosotros a un niño que tiene autismo, nuestro hijo Leo, que tiene una condición especial. Sí, teníamos miedo, pero también teníamos esperanza y fe, la que nadie nos ha podido arrebatar…
Salimos desde el aeropuerto Internacional de Caracas con destino a Toluca México. Estábamos muy tristes, pero al mismo tiempo contentos y emocionados por la nueva vida que nos esperaba. Era la primera vez que teníamos la oportunidad de hacer un viaje aéreo. Recuerdo que salimos muy temprano de nuestra casa porque debíamos estar en el aeropuerto a las 4:00 a.m. Finalmente, emprendimos el viaje y llegamos a México, exactamente a Toluca, lugar donde empezaría nuestra éxodo. Desde allá fueron varias las ciudades por donde debíamos pasar, varios los lugares y las camas que nos brindaron refugio, estábamos por alrededor de una noche o dos, hasta que por fin llegamos a la frontera donde estábamos determinados a pasar la frontera con ayuda de los coyotes para llegar a Estados Unidos.
Esa noche el cielo estaba lleno de estrellas, —nos cuenta Franklyn, mientras le sonríe a Mariana con dulzura—. Creo que fue la osadía de mi esposa Mariana la que nos impulsó a entrar al rio. El rio estaba en calma y no mostraba su furia, aun así yo alcé a mi hijo Leo con firmeza, lo tomé sobre mis hombros, mientras Mariana lideraba el paso para nosotros y llevaba nuestros objetos de más valor, los que nos permitieron tener con nosotros.
La familia de la fe
Y así fue como logramos llegar a Estados Unidos —comenta Franklyn, sonriendo tímidamente al pasar su mano por su cabeza y mirarnos fijamente—. Puedo afirmar que fue Dios quien apaciguó las aguas; también sentíamos permanentemente personas orando por nosotros y esas oraciones nos dieron la fuerza, la valentía y la gracia no solo para pasar a través del rio, sino también para encontrarnos con el guardia de migración. Una vez allí, cuando nos entregamos con los guardias de migración, su trato para con nosotros fue bueno, nos brindaron comida caliente y también ropa limpia y seca. El resto —comentan Franklyn y Mariana recordando su travesía—, fue pasar a Texas y días después fuimos a Florida, donde un hermano de Franklyn vivía y por conexiones de amigos se nos abrieron puertas para ir a Elkhart, donde estamos construyendo poco a poco una vida.
La migración no es una tarea fácil para nadie, más cuando se migra por razones de seguridad. El proceso migratorio implica soltar, soltar quienes éramos para aprender a ser nosotros nuevamente y eso, generalmente, representa cambiar de mentalidad, aprender a hablar un nuevo idioma, entender nuevos pensamientos, nuevos sabores e incluso reaprender la fe. Más allá del marketing digital, de los posts de ensueño que vemos en las redes sociales, migrar duele y encierra todo un complejo proceso.
Para el caso de la familia Tovar-Narváez, soltar fue el verbo rector clave, sabiendo precisamente que no son de los Estados Unidos, pero tampoco son de allá, de Venezuela. Han tenido que reaprender para ser.
Para concluir esta asombrosa historia de la familia Tovar-Narváez, es importante resaltar que ellos reaprendieron a creer en Dios, pues ya traían bases en la fe católica, pero cuando llegaron al Norte de Indiana, nos comentan, un domingo fueron invitados a la iglesia que está ubicada en el College Mennonite Church de Goshen: «lo que más nos impactó fue una predica del pastor David Maldonado y la amabilidad y el cariño de su esposa Madeline Maldonado, quien desde ese día nos mostraron el amor y la compasión de Dios al mostrarnos el amor transformador de Dios”.
[1] Corrales Javier, Tribuna Revista de Asuntos Públicos; tomado de: https://www.amherst.edu/system/files/media/Como%2520explicar%2520la%2520crisis%2520Venezuela%25202017%2520Tribuna.pdf