Esta publicación es parte de la serie MenoTicias: Resilientes e Intrépidas.
Por Adriana Celis
Dania Hernández podría encontrar su historia en los muchos lugares que ha recorrido. Cuando tenía 20 años y vivía en Nicaragua con su familia, emprendió un viaje sin retorno en compañía de su novio para los Estados Unidos. Cada lugar que recorrió, cada comida que probó, cada aroma que olió, cada persona que conoció, cada decisión que tomó, la condujeron a vivir las experiencias que hoy hacen parte de su existencia.
De su resiliente y conmovedora historia, ella nos comparte el difícil y peligroso paso por la frontera entre México y Estados Unidos, ¿Era consciente del peligro al que se exponía? ¿Qué pasó después de llegar a Estados Unidos? ¿Cómo sobreponerse de las circunstancias más duras? ¿Puede el perdón posibilitar un renacer?
Adiós querida Nicaragua
Dania dejó Nicaragua y con ella la mitad de su vida. El “gallopinto” de los domingos, las fiestas con los amigos, las calurosas navidades, las siestas después del almuerzo, el calor de su hogar. El camino hacia Estados Unidos es largo, es extraño, y al mismo tiempo es emocionante y maravilloso; es una mezcla de sensaciones dulces y agrias “que se revuelven en tu interior”, cuenta Dania.
“Yo me sentía como en un fragmento de una película, para mí era más una aventura de juventud, no tenía conciencia de los peligros a los cuales me enfrentaba, sin darme cuenta era la protagonista de la película de mi vida donde Dios tuvo cuidado de cada paso que di.”
Sin importar cuán difícil y peligroso fue avanzar en medio del camino que la llevaría al sueño americano… No titubeo ni un segundo y fue así que con paso firme y seguro junto con su novio de aquel entonces, cruzó el largo y peligroso camino por la frontera. Un camino lleno de una espesa y densa vegetación. Dormían y comían en lugares improvisados. Aquello no importaba pues, estaba cada vez más cerca de alcanzar la meta que habían visualizado.
Algunas veces en el día, la transportaban a ella y al otro grupo de personas con las que viajaba en un camión de carga, mientras que en la noche los dejaban en otro lugar donde tenían que recorrer largos kilómetros para poder llegar cerca del desierto. En otras ocasiones era al contrario, caminaban en el día bajo altas temperaturas donde pensaban que el calor los iba a insolar. No habían llegado aún a la frontera, pero Dania se sentía tan viva, tan llena de fe y esperanza por la nueva vida que iniciaría.
Finalmente pudo llegar a la frontera. Su paso no fue traumático, pero en el camino tuvo que despedirse de otras personas que no pudieron alcanzar aquella meta porque la muerte se encontró con ellas “Contra viento y marea pudimos llegar a Filadelfia donde un hermano fue nuestro soporte y apoyo” cuenta Dania.
Vida en los Estados Unidos
La vida para Dania en los Estados Unidos empezó de la manera menos convencional. Pero firme de que esto era lo que ella quería, no miró atrás ni un solo instante y así avanzó. Con el novio de aquellos días juveniles afianzó su relación hasta el punto de volverse su esposa y la madre de sus tres hijos. Echaron raíces y decidieron luchar la vida en el país de las oportunidades. Es así como pasaron veinte años. Años en los que Dania experimentó grandes alegrías, pero también profundas tristezas. Entre los momentos que ella cuenta como bendiciones está el haberse reencontrado con Dios. También el haberse hecho ciudadana americana a pesar de los múltiples retos que encontró en el camino.
Dania sintió un profundo deseo de servir a Dios y recibió el llamado para ser pastora. La oportunidad y las puertas se abrieron para ella en una comunidad de fe Menonita llamada Peña de Horeb en Filadelfia, Pensilvania. Todo parecía perfecto. Tenía lo que siempre había soñado, un hogar, una casa acogedora y estabilidad económica, “el interrogante que nos surge es: ¿Qué pasa cuando todo esto se empieza a desmoronar? ¿Cómo lidiar con el miedo? ¿Cómo enfrentarse a los momentos de oscuridad que abrazan tu vida? ¿Cómo coexistir entre lo que un día fue, pero ya no es?”
El divorcio y en un callejón sin salida
El amor está definido de muchas formas. Como un sentimiento de afecto hacia otro ser humano o una cosa, como la decisión libre de sentir afinidad por otros u otras, como la fuerza más grande que mueve al ser humano. Todo depende de la interpretación que se le quiera otorgar. Lo cierto es que el amor nos hace sentir especiales e importantes ya que él genera en el ser humano experiencias y emociones. Por amor cruzamos caminos, océanos y continentes, por amor hacemos sacrificios, por amor tomamos decisiones que conllevan riesgos. Pero, así como el amor trae sensaciones lindas también trae momentos de dolor. El amor nunca llega sin heridas.
Dania no fue ajena, ni distante a experimentar el dolor generado por la ruptura con su esposo. La vida empezó a tornarse difícil con él. Los constantes maltratos psicológicos y las humillaciones la hacían perderse en un callejón sin salida. El amor propio por ella misma menguó hasta tal punto que esto se vio reflejado en su mirada, en su cuerpo, en su piel, en la constante ansiedad que experimentaba.
Dania cuenta con tristeza: “Una parte de una siempre sabe en que puede terminar todo. Lo percibe, lo discierne, pero no lo entiende. Las señales o banderas rojas que aparecen en el camino son tan obvias como la frialdad de una conversación, la soledad en compañía, el silencio que genera la distancia, las incómodas miradas. Uno se hace la ciega para no mirar por miedo a no dejar ir cuando en realidad el dejar ir es el acto más hermoso de libertad.”
A Dania le hubiera encantado que la historia con su ex-esposo hubiera sido diferente. Lamentablemente es su historia, son sus heridas y sus cicatrices las cuales no se pueden borrar, ellas están ahí para continuamente enseñarle que si no hubiera recorrido este camino tal vez no se hubiera convertido en la mujer que es hoy en día. Una mujer tolerante, compasiva, llena de amor y de valentía que en medio de las más profundas aguas tenebrosas pudo salir a la superficie y levantar su frente en alto.
Renacer y aprender a bailar bajo la lluvia
Erwin McManus escribió en el alma artesana “Más allá de la desesperación, siempre ha de haber esperanza, más allá de la traición, siempre debe haber una historia de perdón; más allá del fracaso siempre debe de haber una historia de resistencia. Si la historia de Jesús terminara en la cruz podría ser una historia que vale la pena narrar, pero esa historia nunca podría dar vida. Solamente la resurrección puede generar nuevamente vida.”
El perdón posibilitó en la pastora Dania Hernández renacer. Y es que el perdón desde cualquier perspectiva desde donde se le mire resulta ser muy beneficioso. Dania no quería pasar su vida triste y deprimida. Anhelaba volver a encontrarse consigo misma. A vivir. A soñar. A ser restaurada. A no tener miedo a amar y ser amada.
Su historia aparentemente parecía ser un fracaso como una descalificación social. Al contrario de lo que ella tal vez pensó, esta historia se convirtió en el material desde el cual Dios trabajó. No hubo lágrima que Dios no enjugara, no hubo oración que Dios no escuchara, no hubo miedo del cual Dios no la librara. Solo cuando Dania aprendió a bailar bajo la lluvia, solo cuando entendió que quien decide perdonar es quien se hace el mayor acto de amor propio, las cadenas que la habían atado ya no la controlaban, finalmente fue libre.
Ella encontró el descanso que va más allá de todo razonamiento humano. El descanso que brinda el Espíritu Santo que como susurro tierno y apacible le cantaba al oído “no temas, yo estoy acá contigo, no desmayes”. Ninguna situación por más dura que resulte será para siempre. Conmigo puedes contar, solo mi amor por ti es para siempre”
Volví a enamorarme y me casé nuevamente
Dania concluye su historia con estas palabras: “Yo nunca pensé que podría ser restaurada y menos que podría volver a amar. Pensé que mi vida terminaba en el largo y doloroso proceso del divorcio. Cuando me quedé sin nada, porque financieramente me quedé en la ruina. Anhelaba volver a amar, deseaba estudiar en el seminario bíblico, pero no veía ninguna oportunidad. Cuando todo parecía perdido visualicé esperanza en Jesús. Su amor me permitió bailar bajo la lluvia. Entendí tantas cosas. Dios me restauró. Me recuperé financieramente. Volví a enamorarme y me casé nuevamente. Y me acerqué al corazón de Dios como nunca antes, empecé a estudiar en el Instituto Bíblico Anabautista -IBA donde le doy las gracias a Marco Güete y a Violeta Ajquejay Suastegui por todo el apoyo que me brindaron.”