por Javier Marquez
¿Cuánta curiosidad pueden tener los niños?
Una vez en una prueba de personalidad, que se hacía durante un campamento de jóvenes en los Estados Unidos, nos dieron a escoger entre una serie de papelitos marcados a tres de ellos que representaran las cualidades que consideráramos más importantes. Teníamos para elegir muchas opciones: disciplina, pasión, creatividad, paciencia, compasión, persistencia, trabajo duro, excelencia y un larguísimo etcétera. Entre mis tres papelitos, yo había escogido «el buen sentido del humor». Un amigo asiático al notar mi papelito me preguntó asombrado —con cierto humor, además— si de verdad era en serio. Y sí. El sentido del humor puede verse tan solo como una buena joya; algo bonito, aunque innecesario; pero, si lo pensamos mejor, podemos llevarlo al sentido de que las joyas se forman pasándolas por el fuego y que además el sentido del humor, no por casualidad, es de esas buenas joyas para llevar puestas durante los días más lluviosos.
A este grupo de joyas poco apreciadas pertenece también la curiosidad. En esa lista de buenos adjetivos donde solemos pensar primero en palabras como la fe, la pasión, la devoción, la justicia, la integridad, el esfuerzo; tristemente pensamos muy poco en cuánto podría sumarle a nuestra vida ser mucho más curiosos y justo sobre esto nos enseña Jessica Buller, cuando pone casi que en la corona de su obra esta misma habilidad, en la cartilla que ha escrito para la iglesia anabautista.
Jessica es una madre que todavía se asombra cuando su hija dura largos minutos acurrucada observando con atención una fila de hormigas que trabajan alrededor de un árbol. Jessica ama e intenta aprender de ese espíritu de curiosidad que su hija despliega vibrantemente debido a su juventud.
No hace mucho se mueve por ahí Prácticas Pacíficas, una cartilla pensada para las iglesias anabautistas, que es un manual práctico para afrontar conflictos y resolverlos. Muy útil, por demás, no solo porque en la iglesia también se viven los conflictos más terrenales pero necesarios —como los políticos—, sino, también, porque recientemente la iglesia Menonita en los Estados Unidos ha votado una resolución que tiene que ver con ser una iglesia más progresista y con puertas abiertas a la diversidad que tenemos como especie humana, en este caso, sobre la diversidad sexual. La votación tuvo un margen de diferencia aproximado al 10% —redondeando el 55% a favor—, pero sigue siendo un tema de tensión y, por lo mismo, es importante que en la iglesia no dejemos de beber de los manantiales que tenemos de experiencias y comprensión de las escrituras orientadas a la resolución pacífica de los conflictos y de las diferencias.
Educadora de paz en el MCC, Jessica Buller eleva la curiosidad a una categoría increíble: ella le llama la ética de la curiosidad. Y debemos detenernos un poco a masticar qué es lo que ella quiere decir con esto. Si pensamos en la curiosidad como una ética, mínimamente debemos verla como una cualidad que debe servir como una hoja de ruta para la vida. Pero no solo como un mapa, sino también como algo que encierra un fin en sí mismo. Bastante paradójico. Como sociedad —y como perezosos… añado— siempre nos ha venido de una comodidad inmensa encerrarnos alrededor de nosotros mismos y de unos pocos parecidos a nosotros y la ética que practicamos en realidad la adoptamos, o sea nos la dictan —no la construimos—, porque es mucho más fácil escuchar y copiar, que escuchar y comprender.
Daré un breve ejemplo: Jesús dijo una vez que diéramos la otra mejilla. Y, ¿qué hemos hecho? Dar la otra mejilla. Atendemos todo de manera literal sin preguntarnos mínimamente si quería enseñar algo más profundo. Y es que ante semejante y terrorífico consejo ¿no se nos genera ninguna duda? Todo nos daría la vuelta si hubiésemos indagado más y conociéramos lo siguiente: cuando Jesús les dijo que dieran la otra mejilla a los oídos de esa época, les enseñaba a una cultura donde la bofetada con la mano derecha y la parte exterior de la mano representaba autoridad, eso quería decir que al poner la otra mejilla las personas obligaban a su agresor a una de dos opciones: ya fuera devolver el golpe con la cara interna de la mano o hacerlo con la mano izquierda; y cualquiera de las dos opciones culturalmente eran inapropiadas para alguien que estuviera socialmente por encima de la persona abofeteada y, por lo mismo, se sintiera con el poder y la legitimidad política, económica, espiritual o familiar de golpearle.
Descifrando el enigma, les enseñaba a sus discípulos: sin pagar ojo por ojo ni diente por diente, hay maneras de defenderse. En este caso les enseñaba a resistir ante un violento con lo que hoy llamamos la no-violencia. «Si ustedes ponen la otra mejilla le obligaran a bajarse de ese banco donde cómodamente se ponen por encima de los otros y a renunciar a esa misma idea de que unos pueden estar por encima de los otros» pudo añadir. Recordemos que ante el Reino de Dios no hay amo ni esclavo, hombre ni mujer —cuando ser hombre en una cultura patriarcal quiere decir ser superior—, ni griego ni judío; sino que ante los ojos de Dios todos y todas somos iguales.
La ética de la curiosidad nos lleva a explorar de esta misma manera prácticamente todo, Yy nos obliga a salirnos de nosotros mismos y a curiosear qué hay del otro lado, quién es esa persona que se nos hace tan extraña, cuáles son los motivos que llevan a otros a pensar o actuar de manera diferente y, así, descubrir que también el Espíritu de Dios se mueve entre ellos.
Nosotros, las personas latinas, tenemos esa bella fama de ser alegres, de tomarnos con buen humor la vida a pesar de que esta no siempre canta los números del BINGO a nuestro favor. Les invito a comenzar a aplicar también la ética de la curiosidad, no solo con respecto a las decisiones de la Iglesia que no compartimos —quienes no lo hacen, claro está—, sino en todas las áreas de nuestras vidas. Y recordemos que Jesús también nos enseñó que para entrar al Reino de los Cielos tan solo nos hace falta parecernos un poco más a los niños.
Siguiendo el siguiente enlace encontrarán gratis la cartilla Prácticas Pacíficas: