por Marisol Cardona
En los tiempos acelerados que vivimos se hace cada vez más difícil llevar una vida integral, cuidando de las diferentes áreas que nos componen como seres humanos. De manera personal, siempre he pensado en la complejidad de mantener un equilibrio entre nuestra área espiritual, emocional y física; y, en cuán agotador puede ser poner todas esas cosas en línea y hacer que todo marche bien, aunque sea por una corta temporada.
Este es un sentimiento muy común y suele pasar que nuestra área espiritual es la que puede resultar más afectada cuando se debe sacrificar el balance. Esto implica que cuando se presentan problemas en nuestra vida, consciente o inconscientemente, dejamos nuestra área espiritual de lado y permitimos que todas esas situaciones se apoderen de nosotros, a veces ocasionándonos más problemas. Alcanzar la madurez espiritual y llegar a un punto donde podamos sentir que, a pesar de las circunstancias que la vida nos presenta —rupturas, enfermedades, problemas económicos, etc.—seremos capaz de sostenernos con nuestra fe y sobrellevar las cargas, parece un camino pedregoso y sin un final concreto. Esto también entendiendo que Dios nunca nos prometió una vida sin dificultades.
Dios nos creó de una manera integral: nos dio un espíritu, un alma y un cuerpo. Idealmente, estas áreas deberían estar en balance. Sin embargo, el alma a veces quiere acaparar toda la atención. Y, ¿qué es pues el alma? Cuando se habla del alma, se involucran tres aspectos: la mente (procesos del pensamiento), la voluntad (nuestras acciones o conducta), y las emociones (nuestras reacciones o estados afectivos). El alma fue creada por Dios como un medio de expresión del ser humano, como un regulador entre el cuerpo y el espíritu.
El alma no fue diseñada para predominar sobre las otras áreas, ni para gobernarse a sí misma. Sin embargo, el área emocional es una de las áreas con las que más luchamos día a día los seres humanos. Nuestras emociones parecen acaparar gran parte de nuestra vida, muchas veces haciéndonos tomar decisiones que sólo continúan afectándonos a largo plazo. Podemos decir que, en ocasiones, el alma puede volverse un tropiezo del espíritu.
Es por esto que es necesario cuidar el alma, pues la manera en cómo ésta es dirigida, impacta nuestro espíritu. El alma y el espíritu deben experimentar la misma realidad. Es un proceso continuo que al final se verá reflejado en lo que conocemos como madurez espiritual. La persona madura espiritualmente, ha nacido de nuevo en Cristo y somete sus emociones.
Puede sentir dolor, angustia o preocupación, pero sabe que estos no son estados permanentes, especialmente porque reconoce que es de Cristo y está con Cristo y que a través de Él, puede superar cualquier dificultad.
Gálatas 2:20 dice: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mi». Esto indica que somos gobernados por el Espíritu de Dios y no por nuestras propias emociones. ¿Estoy permitiendo que sea el espíritu quien gobierne o son mis emociones las que tienen mayor control en mi vida? La realidad del espíritu se transforma en la realidad que experimenta el alma. Si estoy con Cristo o no, eso se va a reflejar en mi alma (mi mente, mi voluntad y mis emociones).
Marisol Cardona Hernández es Psicóloga de la Universidad San Buenaventura Cali, Colombia y Especialista en Gerencia del Talento Humano de la Universidad Libre, Cali, Colombia. Vive en Goshen, Indiana, USA. Es miembro de College Mennonite Church en Goshen, Indiana desde hace casi dos años. Sirve en el ministerio hispano en el área de TI y Comunicaciones y apoya las diferentes actividades de la iglesia, bajo el pastorado de David y Madeline Maldonado, y el liderazgo del pastor Philip Waite. Trabaja en Goshen College en el área de Admisiones (Enrollment Coordinator).