Por Javier Márquez
Les invito a leer y disfrutar la segunda parte de la serie de entrevistas a Carlos Romero, estoy seguro que les encantará. Carlos fue el Director Ejecutivo de la Agencia Menonita de Educación (MEA). -Marco Güete
Un joven, desde muy temprano esperaba en el aeropuerto. Cuando fue llamado, abordó el avión inmediatamente, buscó su silla y se sentó a esperar. En esa silla, a través de la ventana, observaba el basto y azul cielo y ante sus ojos las nubes se disipaban en cuanto el avión cruzaba hacia el sur. Cuando llegó a su destino, Haití, isla del Caribe, supo de inmediato que algo era diferente en él. Por la ventana del avión, cuando éste daba rodeos a la ciudad para el aterrizaje, el joven graduado de una universidad Menonita vio todas las casas sin techo, los parques sucios, las calles de barro. Vio la pobreza que perseveraba con obstinación histórica. Su viaje era por negocios, pero su pregunta no era de negocios. Él pensaba, ¿Qué puedo hacer para ayudar?
Este fue el relato que en una capilla le contó un exestudiante a Carlos, que por entonces era el Director Ejecutivo de MEA, “La educación menonita cambió mi vida, ya no puedo ver de otra manera las cosas, ahora tengo consciencia de la situación de otros.”
Carlos le respondió: “Yo antes decía: Una vez que creas consciencia ya no puedes volver atrás, o bien, cualquier decisión que tomes será en ese terreno, el de tener los ojos abiertos.”
Otro vuelo
Tenía 14 años. Carlos era un niño intrépido, curioso, y había aprendido de su padre el rigor de la limpieza personal, la medida del tiempo, la puntualidad de los quehaceres. Sus padres Carlos y Lucy fueron católicos, de sepa estricta, aunque de amor inmenso. Este era el día de las primeras veces: Carlos viajaba por primera vez fuera de Puerto Rico, mientras que sus padres tomaban por primera vez un avión. Llegaron a New Jersey de visita donde una hermana de su padre. Después volaron hacia el sur a la Florida. Carlos conoció en ese viaje Disney World, comió palomitas de maíz y le apretó el guante a Mickey Mouse. Viajó de vuelta a San Juan con una mochila llena de anécdotas dignas de envidia para el vecindario.
Inspiraciones
El mantra de la familia Romero: Al invitado, siempre la carne.
Su padre fue hombre de estricto mandamiento. Cada día, los botines debían estar limpios y brillantes antes de que el niño saliera para la escuela. La cama debidamente tendida sin arrugas, la camisa sin mancha en las mangas. Las mentiras eran un sacrilegio por erradicar con piedra y fuego. “Niño no te dejes engañar, en este mundo hay cosas buenas y cosas malas. Si se puede ayudar, ayudaremos, si no se puede ayudar, Carlos escucha bien, ayudaremos.”
Memoria de Una Bofetada, Parte 1
Tiempos de celebración. En la casa se cantaban regocijos, era el chisme de buenas lenguas en el vecindario. Las muchachas de la cuadra lo decían, que Carlos se iba para los Estados Unidos, que Carlos se iba a estudiar a la universidad, ¡que se iba a estudiar a la universidad! En esos últimos días Carlos recibió todo tipo de despedidas, se abrazó con fuerza a su madre, se encontró en el silencio cómplice y melancólico de su padre, los amigos le decían adiós, el niño había crecido.
Entonces viajó hacia Illinois, entró a las instalaciones de Bradlley University y comenzó a organizar su agenda de clases.
Aconteció que una maestra lo inscribió a la clase de inglés más básica, ¿Pero cómo? ¿El mismo Carlos que había estudiado en colegio bilingüe y pasado el examen de inglés con la más alta calificación? … – Señora, me parece que usted está equivocada – No, todos los puertorriqueños deben pasar por los cursos de inglés, es una regla general- Pero señora, para ingresar a esta institución yo hice un examen que demostró mi nivel de inglés- No insista, debe aprender inglés- Pero señora, estamos hablando en inglés- No, joven, todos ustedes deben aprender inglés.
Dice Carlos: “Me indignan las personas arrogantes, quienes son racistas por tu acento, tu color, el lugar de dónde vienes. Cuando eres consciente de esto no puedes volver atrás, tu vida ha cambiado”
Camino de Vuelta
Aquella decisión tenía tanto de partidarios como de contradictores. Carlos, no volvería por lo pronto a los Estados Unidos, se quedaría en su pueblo natal, devolviendo todo lo adquirido después de años largos de esfuerzo en sus estudios. Él era el primer profesional en su familia, por eso había voluntades de que continuara su camino académico, incluso estos eran sus planes, pero una tarde recibió una llamada del colegio Menonita de San Juan, donde había estudiado de niño, requerían que cubriera un puesto por seis meses aunque era bastante posible que los seis meses se volvieran algo más. “Sentí que Dios me estaba pidiendo que me quedara a ayudar, aquel era mi camino.”
Lágrimas
Algunos terminan batallas con lágrimas en sus ojos.
San Juan, Puerto Rico. El calor no cesa, la brisa mueve las plantas que cuelgan de las bisagras mientras que el tráfico mueve la ciudad y la música se cuela por debajo de las puertas. No llevaban muchos días de vida, esos dos pequeños eran igual a cualquier otro bebé, movían sus pies de manera armónica y no armónica, estiraban y recogían los puños, abrían los ojos para mirar el mundo inmenso, ojos oscuros, grandes, piel rojiza, cabello húmedo. Lo único diferente es que habían nacido antes de tiempo.
Carlos y Celina observaban a sus gemelos a un costado de la cuna, sus corazones estaban llenos de sol y de luna, tenían el sueño de la esperanza, pero esperaban lo peor. Y al fin llegó el día. Ellos, dos adultos tan fuertes, habrían podido caminar el planeta con los bebés en brazos, atender la vida con una mano mientras que abrazaban con la otra, sin embargo en ese momento crucial era muy poco lo que podrían hacer. Las oraciones subían al cielo como el sonido de las campanas cuando la puerta las hace sonar. Al final no hubo más remedio, tuvieron que despedirse, los niños murieron.
Carlos pensó: “En ese momento solo hay dos opciones, o te alejas de Dios o te acercas más a él”
Mensajes
Existen mensajes cortos que dichos en el momento correcto tienen más peso que un libro de mil páginas, ejemplos: Celina y tú están en nuestras oraciones – En cualquier cosa que podamos ayudar desde la iglesia sólo díganos – Compartimos su dolor – No están solos.
Cuento de un Transeúnte
Carlos lo narra incluso después de tantos años, como el momento de una epifanía, y por eso su recuerdo viaja como un crucero trasatlántico por las aguas turbias y borrascosas de la memoria:
Ese día el pastor nos contó que durante esa semana en una tarde que volvía a su casa vio un mendigo sentado en la calle pidiendo monedas. Mi pastor luchaba entre el sentido de responsabilidad de ayudar y el deseo de no hacerlo. ¿Una moneda? ¿Para qué? Se va a fumar todo lo que le dé, haría más yo por ese hombre si pasara de largo y no alimentara su vicio. Pero el pastor escuchó la voz de Dios: “Tommy, la forma en que respondas a la necesidad de otras personas es algo entre tú y Yo, lo que las personas hagan con eso es problema de ellos…”.
Carlos dijo: “Fueron las palabras más sabias que pude oír.”