por Carlos Martínez García
«La predicación más efectiva es la de aquellos que encarnan lo que dicen. Ellos son su mensaje. Los cristianos debieran parecerse a aquello de lo cual están hablando. La principal fuente de comunicación son las personas, no las palabras o las ideas. La autenticidad llega desde lo profundo del interior de las personas. Una falta momentánea de sinceridad puede arrojar dudas sobre todo lo que se haya comunicado. Lo que en esencia comunica es la autenticidad personal»
— John Poulton
La Iglesia
En esta primera serie de comunidades y educación cristiana, el profesor y escritor Carlos Martínez García, nos comparte sobre el corazón de la identidad de la Iglesia cristiana y los valores que está reproduce en la sociedad. En este sentido podemos entender el encargo final de Pablo a Timoteo, a quien instruyó en “guardar el buen depósito”, con el objetivo de así transmitirlo fielmente a las nuevas generaciones de creyentes. Teniendo como base esta preocupación, en las comunidades cristianas deberíamos preguntarnos periódicamente acerca de cómo estamos educando a sus integrantes. Porque pudiera ser que, como sucedió en algunas iglesias neotestamentarias, las de hoy estuvieran dando por sentado que están impartiendo educación cristiana cuando lo que en realidad enseñan son los valores predominantes en una sociedad no cristiana.
En el título del presente artículo hacemos referencia a tres partes: la Iglesia (entendida como una comunidad de creyentes y seguidores de Jesús y expresada localmente), la educación y la nueva humanidad (conformada por los y las renacidas en Cristo). Iglesia es un concepto que entre los evangélicos ha perdido una connotación y resonancia que sí tuvo para los cristianos primitivos. Con toda intención, en el Nuevo Testamento, se usa un vocablo griego, Ekklesia, de clara evocación cultural y política.
Para reuniones de tipo religioso, los griegos usaban la expresión Thíasos, “reunión cúltica en honor de una deidad”. El religioso uso que hoy socialmente se da al término Iglesia, significó originalmente la asamblea popular de los ciudadanos de la Polis griega. En la asamblea cada ciudadano tenía el derecho de hablar y proponer asuntos para discutir.
Siglos antes de la traducción al griego del Antiguo Testamento y en tiempos del Nuevo, el concepto Ekklesia caracterizaba con toda claridad un acontecimiento político; era la asamblea de los ciudadanos plenos, enraizada funcionalmente en la democracia griega. Era una asamblea en la que fundamentalmente se tomaban decisiones judiciales y políticas (Hechos 19:39). En la Ekklesia se ejercía la democracia, y los pilares de aquella: igualdad (Isonomia) y libertad (Eleutheria).
Mientras, por una parte, el vocablo tomado de la cultura griega era adoptado por los cristianos primitivos con todo el peso sociopolítico original del término, por otra tenemos que el concepto se enriqueció por el uso cristiano de Iglesia, ya que se le agregó significados y prácticas que inicialmente no se tenía en la sociedad helénica, como “cuerpo de Cristo”,”pueblo de Dios” y “esposa sin mancha”.
Cabe resaltar que mientras en la asamblea griega, particularmente en Atenas, participaban solamente los hijos de los atenienses (los inmigrantes eran excluidos, al igual que los esclavos y, por supuesto, las mujeres), en la asamblea cristiana los criterios de igualdad se ensancharon y eran más horizontales. En tanto que la democracia griega era, en términos de hoy, sexista, racista y elitista; en las iglesias cristianas se abolían las barreras sexuales, étnicas, sociales y políticas (Gá. 3:28; Lc. 22:24-27; Flm. 16). En la Ekklesia todos son ciudadanos, la ciudadanía no depende de abolengos humanos ni de exclusivismos farisaicos. Todos los ciudadanos del Reino somos «linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios» (1 P. 2:9).
La forma en que se construyen las relaciones de los discípulos, amigas y cercanos de Jesús reflejó la igualdad intrínseca de quienes conforman la Nueva Humanidad. El dominio y el sojuzgamiento de los dirigentes sobre su hermano (a)s en la fe debe quedar abolido entre los seguidores del Rey Siervo. Pablo, en lugar de imponer todo el peso de su autoridad como apóstol a los tesalonicenses, prefirió hacerse como una madre amorosa con ellos, como un padre que cuida a sus hijos y como un hermano de todo corazón.
Para concluir esta primera parte de comunidades cristianas y la educación de la nueva humanidad. Es menester entender que el Nuevo Testamento es lejano a la clericalización autoritaria y a la separación entre ministros y laicos. En la comunidad de creyentes todos son pueblo y todos sacerdotes. En los escritos neotestamentarios cuando se usa laos para diferenciar entre el pueblo y sus líderes, la palabra siempre se refiere a la diferencia entre el pueblo y las autoridades civiles o religiosas de la cultura judía; nunca se emplea para referirse a diferencias entre cristianos. El laos de Dios incluye a todos los cristianos, líderes y miembros, todos con sus respectivos dones y funciones. Todos los cristianos son laicos.