por Adriana Celis
Hace unos meses atrás tuve la oportunidad de charlar con Maluy Alonso de Merino, por llamada telefónica. Ella me compartió sobre los desafíos que ha superado acá, en los Estados Unidos, siendo mujer latinoamericana. Gentilmente me contó también sobre su historia de cómo trabajó duro, construyó una familia, superó las burlas de muchas voces a su alrededor; al mismo tiempo, cómo experimentó el poder sanador de Dios de un trauma en su juventud.
Aunque nuestra conversación fue por llamada telefónica, esta charla fue muy inspiradora e íntimamente reflexiva, pues yo había escuchado tantas veces, desde que era niña, que muchas personas se venían a Estados Unidos en busca del sueño americano «por el hueco o mojados». Siempre vi esta situación muy ajena a mí y nunca por mi mente pasó cuán duro y doloroso es dejar Latinoamérica de esta manera y vivir como inmigrante en los Estados Unidos. Sin embargo, Maluy me abrió su corazón y me contó sobre su vida. Realmente pude visualizar cómo de sus más profundos miedos, ella encontró la valentía y el amor necesario para vencerlos.
El techo son las estrellas
Maluy creció en una familia sencilla, amorosa y de pocos recursos económicos en el Estado de Chiapas, México. Es la hija menor de 11 hermanos; su papá se llamaba Moisés Alonso Ochoa, era un hombre de carácter noble, sencillo y muy trabajador. Todos los días se las ingeniaba para trabajar muy duro como agricultor: medio año laboraba en los campos de maíz de Chiapas, cuando la cosecha llegaba y la otra mitad del año recolectaba caña. Estos trabajos eran muy pesados y muy mal pagados; aun así, Moisés no se quejaba y llegaba en las noches calurosas a abrazar a sus hijos y a su esposa María Guadalupe Torres.
Me cuenta Maluy que recuerda cómo a su papá Moisés le encantaba recostarse en una manta vieja que estaba ubicada en el patio interior de su casa, desde donde miraba las estrellas. Su casa no tenía electricidad y el patio no tenía un techo que ocultará el firmamento, por lo cual las estrellas y la luna estaban descubiertas, emanaban luz propia y creaban la atmósfera perfecta para que Moisés contara historias a sus hijos. Estos lo abrazaban con fuerza, en especial la hija menor, Maluy. Moisés les decía entre risas y con un profundo cansancio por el día laborado «no necesitamos tener techo, pues Dios nos regaló el mejor: nuestro techo son las estrellas y desde allá arriba Dios nos saluda».
Aun en medio de la pobreza, de las aflicciones y las necesidades financieras en la casa de Maluy, nunca falto un plato caliente de comida, ni tampoco el afecto de sus padres y hermanos. En medio de todo ello, los padres de Maluy hacían lo posible para que sus hijos tuvieran lo necesario: «mi mamá no tenía el dinero para comprarme a mí y a mis hermanas las muñecas que estaban exhibidas en las vitrinas de las tiendas de nuestro pueblo que tanto queríamos; pero ella, en su ingenio y creatividad, nos hacía, a punta de retazos, muñequitas de tela. Particularmente, las encontraba tan hermosas porque, aunque no eran muñecas lujosas, significaban el amor y la imaginación con las que mi mamá las elaboraba».
Empacando maletas para E.U.
«Maluy, ¡ahí que empacar las maletas!», fueron las palabras que su papá Moisés le expresó una mañana antes de que ella cumpliera los quince años, «estoy volviéndome mayor y no puedo pagarte los estudios. Mija, emigre a los Estados Unidos y fórjese un futuro allá». «Dios mío, ¿cómo?», se preguntó Maluy. La única opción en medio de las dificultades era atravesar la frontera y pagarle a un coyote, aunque ¿cómo haría esto?
Maluy salió de su hogar con la bendición de sus padres a los 14 años. Una prima y su hermano mayor fueron sus compañeros de peregrinaje. Decidieron tomar la ruta por Tijuana y contactarse con un coyote que los ayudaría a pasar. En su mente había muchas historias que había escuchado sobre violaciones, secuestros, trata de personas, muertes y también de Narcotráfico. Aun, con miedo, Maluy se propuso avanzar en medio del gran camino que estaba delante de ella. Los retos llegaron, el desierto era grande y complejo, lleno de peligros. Las dudas asaltaron su mente: «¿qué estoy haciendo acá?»; pero pensaba en las palabras de sus papá constantemente: «Maluy, ¡fórjate un futuro!», las cuales la alentaron a continuar.
Y es que, a diario, muchos migrantes atraviesan la frontera entre México y los Estados Unidos, en búsqueda de nuevas oportunidades, perspectivas y rumbos de vida. Ese camino que atraviesa el desierto, está lleno de historias, algunas con finales felices y otras con desenlaces desgarradores. Cientos de seres humanos caminan por esas rutas con el deseo de encontrar esperanza y estabilidad financiera en Estados Unidos. Lo cierto es que el factor humano, las historias que no salen en publicaciones famosas, son aquellas que le aportan la expresión más íntima, profunda y hermosa como el relato que en este caso Maluy nos comparte desde su vision más sincera.
Una vez en los Estados Unidos, precisamente en el Estado de California, condado de Orange, Maluy se estableció. Los días pasaron rápido y cuando menos pensó y fue consciente, habían trascurrido más de 15 años desde que había llegado a este territorio.
Para ese entonces Maluy se había convertido en una hermosa joven. Sus ojos pequeños color miel, su cabello negro y el color de su piel canela. Su carácter noble, sencillo y lleno de amabilidad, es el claro ejemplo de la fuerza de la mujer latinoamericana.
En aquel condado trabajaba muy duro en una pequeña gasoliseria que tenía una tiendita de abarrotes. El horario era pesado, puesto que su día empezaba desde las 4:00 a.m. hasta las horas de la tarde. Y es que la vida para el inmigrante latino no es como la muestran las grandes producciones cinematográficas o las redes sociales, donde todo es playa, sol y diversión en California.
Al contrario, cuando se migra siendo latino o latina, como en este caso lo es Maluy, los retos que traen estas decisiones conllevan grandes miedos y, también, muchas pruebas que superar; algunas para Maluy fueron el idioma, las largas horas de trabajo y la soledad que experimentó al estar lejos de sus seres amados.
Un robo casi mata sus ilusiones
Son los momentos pequeños los que crean en las vidas de los seres humanos un gran crecimiento, tanto espiritual como personal. Maluy no fue ajena a estos momentos que marcaron su vida en un antes y un después. En su caso, fue un robo a mano armada, en un invierno del año 2008, donde casi pierde la vida. Me cuenta Maluy que en una madrugada abrió la tienda de abarrotes como era habitual, hacia mucho frío, por cuanto era comienzo de nuevo año se encontraba en las primeras semanas del año. Ella escuchó cómo unos pasos se acercaban y, en segundos, un hombre de contextura gruesa, alto y de rasgos morenos, le estaba apuntando a la cara con un arma de fuego. Aquel hombre le dijo: «dame todo el dinero que tengas en la caja registradora, de lo contrario te matare». Maluy, entre miedo y zozobra le dijo: «esto es lo único que tengo, porque apenas inicie laborales». Afortunamente, aquel incidente no paso a mayores, el hombre tomó el poco dinero que había en la caja registradora y huyo del lugar sin causarle daño a Maluy.
Los días posteriores al robo Maluy empezó a experimentar miedo postraumático, lo cual es natural en situaciones como la que vivió, la misma que le generó ansiedad; además, sentía constantemente miedo, especialmente en las noches, cuando iba a dormir. También sentía terror al ver hombres de raza morena acercarse a la gasolineria, en su mente se revivían los angustiosos momentos de aquel frío enero.
Era insoportable sentirse vulnerable todo el tiempo, frágil y lo peor de todo era que, aunque el temor seguía ahí mañana y noche, la vida tenía que seguir. Para ella las cosas no tenían el mismo ritmo, aunque todo a su alrededor avanzaba a pasos agigantados. Y por ello, no quería volver a trabajar en el turno de la madrugada, pero tuvo que retornar, puesto que su jefe le advirtió que si no volvía, la despediría. Maluy, me comenta, saco fuerzas de donde no tenía para volver a laborar aun en medio de la más profunda incertidumbre, y colaboro con la justicia americana cuando denuncio este hecho ante las autoridades.
Si Felipe supiera…
Finalmente, la primavera inició y con este cambio de estación, muchas cosas empezaron a llegar a la vida de Maluy. Entre ellas, Dios comenzó a sanar progresivamente su corazón de aquel traumático evento. Aunque recordaba aquel momento donde casi pierde la vida, ya este sentimiento no la controlaba como antes, es por eso que volvió a salir en horas de la tarde, al comienzo fue muy retador, pero conforme el tiempo avanzo, sus sentimientos se apaciguaron conjuntamente.
Años después una tarde, Maluy recibió una llamada que le cambio la vida para siempre. Un sobrino que venía desde Indiana con su jefe a una reunión de negocios en Beverly Hills le preguntaba a Maluy si ella lo podía recoger en aquel lugar para luego ir a cenar. Sin lugar a duda, ella le expresó a su sobrino que no había ningún inconveniente para recibirlo. Parecía de telenovela. En cuanto Maluy se bajó de su coche, fijó su mirada en el jefe de su sobrino, «desde que lo vi, sentí algo que nunca había sentido por nadie más, fue amor a primera vista. Él era un hombre de otro mundo: educado, caballeroso y atento pero lo mejor era que estaba soltero» Aun así, Maluy me cuenta que, aunque su ilusión fue tan grande por él, ella sentía que él nunca se podía fijar en ella por la diferencia de mundos a los cuales pertenecían.
Esa noche, sin embargo, Maluy se sentía renacida, sonreía sin saber por qué constantemente pensaba en el jefe de su sobrino. Apenas unas horas lo había conocido, pero ese saludo y la pequeña conversación que habían sostenido hacían que el corazón de Maluy se agitara con fuerza por Felipe.
Los días continuaron y en la mente de Maluy aparecía constantemente la imagen de Felipe. Un día, como si fuera coincidencia o azar del destino, sus caminos se cruzaron nuevamente. Maluy tuvo la oportunidad de charlar más a profundidad con Felipe, pero de este magistral encuentro solamente emergió una bonita amistad.
Maluy se preguntaba si Felipe supiera o siquiera dudará sobre cuánto le gustaba, si él supiera, como dice la canción de Alejandro Fernández «Si tú supieras, que tu recuerdo me acaricia como el viento, que el corazón se me ha quedado sin palabras, para decirte que es tan grande lo que siento». Sin embargo, las dudas asaltaban la mente de Maluy, pensamientos desanimantes llegaban una y otra vez: «¿De verdad? Es una fantasía Maluy, un hombre como él jamás se fijará en ti. Él es abogado, egresado de las mejores universidades de Estados Unidos, seguro debe tener mejores partidos, mujeres muy inteligentes y mejores en muchos aspectos que tú».
Campanas de boda suenan en otoño
La vida continuo para Maluy; trabajaba en la gasolineria y era feliz. Cuando tenía la oportunidad viajaba a Mexico para saludar a su padres que ya eran entrados en años. Felipe para ese momento era ya un bonito recuerdo. Pasaron unos meses y no volvió a saber nada de él. Hasta que un día, en una reunión familiar, en el verano del 2011, en el condado de Elkhart, ella se volvió a reencontrar con él. Su corazón dio un salto de emoción al verlo. Como por intervención divina, ella tuvo una conversación con Felipe donde ambos tuvieron la oportunidad de conocerse un poco mejor. Desde aquella charla empezó una amistad que se volvió sólida. Aquel verano, me cuenta Maluy «nunca lo olvidaré, puesto que finalmente tuve la valentía de expresarle a Felipe todo lo que sentía por él, y supe que este amor no era fruto de mi imaginación; al contrario, era real. Recuerdo que nos hicimos novios. Nuestro noviazgo duro poco, puesto que nos comprometimos para casarnos y en el otoño de ese mismo año nos dimos el sí en una íntima ceremonia a la cual asistieron nuestros amigos y familiares más cercanos. Todo parecía extrapolado como de una telenovela mexicana, pero lo cierto del caso, dice Maluy «es que Dios escuchó las oraciones de mis padres y las mías, al haber encontrado un buen compañero de vida».
Y es que así es el misterio del amor. Como seres humanos naturalmente nos hacemos preguntas, dudamos y cuestionamos, pero la realidad es que el verdadero amor no distingue entre clases sociales, educación, coeficiente intelectual o religión. Los seres humanos desgraciadamente colocamos estigmas y establecemos barreras en las personas, pero cuando se llega a amar con los ojos del alma, lo demás es irrelevante. Bien lo dijo el apóstol Pablo, en su carta a los Corintios, en 1 Corintios 13: 1-4, traducción del lenguaje actual (TLA)
«Si no tengo amor, de nada me sirve hablar todos los idiomas del mundo, y hasta el idioma de los ángeles. Si no tengo amor, soy como un pedazo de metal ruidoso; ¡soy como una campana desafinada! Si no tengo amor, de nada me sirve hablar de parte de Dios y conocer sus planes secretos. De nada me sirve que mi confianza en Dios me haga mover montañas. Si no tengo amor, de nada me sirve darles a los pobres todo lo que tengo. De nada me sirve dedicarme en cuerpo y alma a ayudar a los demás. El que ama tiene paciencia en todo, y siempre es amable. El que ama no es envidioso, ni se cree más que nadie».
Maluy es una perla llena de resiliencia
Parecía que la historia de Maluy terminará allí, en ese bello evento que trajo a ella mucha felicidad, su matrimonio. Lo cierto de esta linda historia llena de contrastes, determinación y mucha valentía, no terminó allí. Hubo un momento determinante, una prueba más que vencer. El estatus migratorio de Maluy para ese entonces representaba un impedimento para que ella pudiera quedarse a vivir en el país. Aunque su esposo es abogado especializado en derecho migratorio y penal, su caso parecía imposible de resolver. No es un secreto que consultaron a los mejores abogados en el área de Chicago y todos decían lo mismo: «no hay nada que hacer, es imposible que un día Maluy obtenga el perdón migratorio porque tuvo múltiples salidas y entradas por querer ver a sus padres de edad avanzada». Maluy recuerda cómo se aferró a Dios y constantemente declaró que el Dios que siempre la había acompañado y había pelado por ella, era su Resiliencia y no sería avergonzada, «en él tendremos la victoria», decía. No había noche ni día en que Maluy y su esposo Felipe no oraran. Y Dios, en su gran amor y misericordia, dio la sabiduría a Felipe para que por medio de su estudio y entrega, ganara uno de los casos más importantes de su vida: lograr una Visa U que incluía el perdón migratorio por múltiples salidas y entradas para Maluy y obtener primero la residencia y posteriormente la ciudadanía americana.
La realidad es que lo que parece imposible para los hombres, no es imposible para DIOS. Maluy alienta a aquellos que sufren por estar acá en los Estados Unidos y que no gozan todavía de un estatus migratorio legal, que no duden de las promesas de Dios, que se aferren a Él, pues los hombres en su racionalidad y en sus cuestionamientos buscan dañar y apagar la fe en otros, pero Dios es fiel a su palabra también, ahora y siempre. Hoy en día Maluy asiste y sirve activamente en la iglesia Menonita College Mennonite Church en Goshen Indiana, bajo el pastorado de David y Madeline Maldonado, y el liderazgo del pastor Philip Waite.