por Javier Márquez
«Dependimos totalmente de Dios durante esos meses», explica Samuel Moran al recordar los días cuando recién había sido remplazado en su trabajo sin previo aviso. El pago que recibía de otros trabajos no era el suficiente para sustentar a su familia cada vez más numerosa y, entonces, se vieron en la necesidad de requerir ayudas de ofrendas y prestamos de amigos.
En medio de eso, Samuel recordó a un amigo suyo al que había visitado en los Estados Unidos, Efraín Soto, y lo llamó contándole la difícil situación. Él de inmediato le pidió que se fuera lo más pronto con su familia para California; por lo cual, comenzaron el proceso de visa para toda la familia y compraron tiquetes a los Estados Unidos sin regreso. Allí se quedaron por los primeros meses gozando una cierta paz y probando el descanso luego de días muy amargos; sin embargo, en la iglesia donde pastoreaba Efraín comenzaron a presentarse problemas y él terminó mudándose. Nuevamente Samuel y su familia quedaron solos, pero esta vez en una situación con nuevos desafíos; porque ya no estaban en su país, sino que ahora vivían en una gran ciudad que desconocían, donde preservaban costumbres extrañas y se hablaba un idioma distinto. Recordemos que para esa época la familia entera no contaba con papeles.
Un año muy “Amargo”
Ese año fue de dolor de padre y de madre. En especial a Samuel y a Orfelia les costaba no lograr estabilizar a sus hijos en un solo sitio. Durante dos años fueron invitados de muchas otras familias en la ciudad de Salinas, California, en donde eran recibidos por un par de semanas, en ocasiones meses y más tarde debían salir para otro lugar.
¿Qué harían? Pensaron en volver a Guatemala. Y trazaron el siguiente plan: Orfelia se devolvería a Guatemala con los niños mientras Samuel se quedaba por unos meses trabajando y enviando dólares, así como adquiriendo esos codiciados electrodomésticos gringos. Así que se mudaron para LA; solo que, en el proceso, también, Samuel continuó su misión cristiana como predicador itinerante.
Antes de que Orfelia se fuera, Samuel fue invitado a Oregón para predicar un fin de semana y allí conoció, a su ahora viejo amigo, Víctor Vargas, costarricense y Menonita. Como buena costumbre entre pastores, la manera de estrechar amistades y reconocer el sentimiento naciente es invitarse mutuamente a predicar a sus congregaciones; además hacer amigos pastores, entre pastores, es un buen negocio de descanso. Así que también Samuel fue invitado a predicar donde el pastor Víctor y luego de la predica tuvieron una charla.
Víctor Vargas tenía una iglesia naciente en la ciudad de Portland, «He orado mucho por una persona idónea para el liderazgo de esta comunidad y siento en el corazón que sos vos», le dijo. «Muchas gracias, Víctor, pero nos regresamos para Guatemala», Le respondió Samuel.
Al volver y contarle a Orfelia su historia ella le preguntó cómo era Oregón: Montañas, bosques, ríos… entonces Orfelia lo miró a los ojos y luego se levantó del sillón: «Yo me voy para allá, avísame si igual tú».
De esta manera comenzaría el camino oficialmente menonita de Samuel Morán y Orfelia López. El 30 de octubre de 1992 llegaron a Oregón, pero no llegó solo su familia, sino que su cuñada y sus hijos se unieron a ese viaje de fe, eran más de 10 personas que fueron a Oregón.