Esta es la cuarta parte de la serie biográfica: “Samuel el Guatemalteco,” Vida y circunstancias del Pastor Samuel Moran.
Por Javier Márquez
Cuando Orfelia vio por primera vez a Samuel, y lo miro, debido a su naturaleza determinada, directo a los ojos, en realidad lo último que pensó fue en ser su novia. Apenas tenías 17 años y Samuel 19. Había crecido, distinto de Samuel, en un hogar evangélico, por eso tenía años de preparación para el momento crucial de escoger una pareja.
Orfelia oraba por un novio cristiano, conoció a Samuel, muy cristiano pero con un detalle difícil de asimilar, no sabía nadar. La casa de Orfelia en Sololá quedaba justo frente al lago Atlitán, su corazón era uno acompasado por las olas y los vientos que provienen del agua. Mientras ella sí era una buena nadadora, Samuel moría si lo empujaban a la piscina sin un flotador en las piernas. Pero Samuel tenía otras ventajas, era un joven apuesto y atlético, eso es lo que hoy recuerda Orfelia López. Además estaba encantada con su manera de hablar, de predicar, de inspirar seriedad y sosiego.
A Samuel le gustaba justo lo mismo en Orfelia, que al oírla se sabía escuchar una personalidad bien formada y un carácter aplomado, además que su cabello negro, rizado –colocho-, le inspiraban una definición hermosa.
Fue apresurado proponer un noviazgo y Orfelia aceptó, ella confiaba en toda su preparación recibiendo consejos que llevaba años almacenando. Además siempre pensaba con regularidad en el futuro, por eso sabía que jamás sería una relación vaciada en las eventualidades del presente sino que desde el inicio hasta fin estaría proyectada a concebir la vida en pareja.
-Orfelia era muy seria y determinada- Comenta Samuel
Pasaron tres meses, rompieron, pasó un año, se reencontraron debido a las cartas, su pastor y su madre negociaron los tratos del compromiso, Samuel salió para la Capital y se ubicó en su puesto de trabajo en la librería y el cine. Desde allí ahorró para su vida en pareja, para el vestido de novia y la fiesta. Además le escribió cartas y le anunció por telegramas sus visitas.
Entonces llegó el día y se casaron.
En su matrimonio probaron nuevamente el favor y la ayuda de Dios por medio de manos amigas. Las argollas, por ejemplo, fueron regaladas por Isaías, un amigo del trabajo. El vestido de novia fue un regalo de la esposa modista de un pastor amigo. Y, al final, después de que la madre de Samuel le había anunciado su ausencia en la celebración, para sorpresa de Samuel, sí llegó junto con toda su familia.
En el mismo mes de la boda, el jefe de Samuel lo llamó a su oficina para ofrecerle el puesto de Gerente Nacional de la cadena de librerías. Todo parecía ir sobre ruedas, viajaron y disfrutaron los primeros años de matrimonio. Pasaban de ciudad en ciudad proyectando películas de royos de 16mm. Vivieron en la capital, pastorearon como pareja de jóvenes y tuvieron a su primera bebé.
Poco después un amigo pastor les invitó a México y al volver a Guatemala Samuel contrajo una enfermedad desconocida.
En eso Orfelia tenía pocos meses de estar embarazada del segundo bebé. En vez de ser una enfermedad transitoria y leve, la cosa se agravo a tal punto de que Samuel cayó en cama, perdió el apetito y comenzó a vivir ataques de ansiedad.
Samuel duró meses en cama. En sus palabras, sintió la presencia de la muerte. Orfelia también sufría, tenía susto por sus hijos, su futuro, y de perder a Samuel.
Con el tiempo, todo empeoraba, Samuel adelgazaba y deliraba. Miraba con nostalgia su sueño de servir en el ministerio, todo parecía imposible. Además había dejado de hacerlo debido a la enfermedad.
Orfelia tuvo a su segundo bebé en Sololá, y allí pasó los meses de reposo. Cuando volvió, trajo con ella un pastor amigo y hermanos de la iglesia, para que oraran junto a Samuel. En ese momento Samuel hizo una promesa: “si se sanaba, serviría tiempo completo a Dios”. Entonces sintió que su cuerpo retomo calor. Y desde ese día, en vez del declive que venía siendo su estado de salud, se reverso y comenzó a sanar.
Había sanado, y había hecho la promesa, y era hora de cumplirla.
“Hay recuerdos que llegan a mi corazón” contó Orfelia López.