Esta es la tercera parte de la serie biográfica: “Samuel el Guatemalteco,” Vida y circunstancias del Pastor Samuel Moran.
Por Javier Márquez
“Fue el gran momento de mi vida”, así lo recuerda Samuel Morán. Con esas palabras recuerda esos primeros días en la fe cuando todo lo vivía con profunda intensidad, con poderoso celo, cada canto, cada predica, cada oración. En su biblia pequeña subrayaba lo que más atención le generaba “Lo subraye todo.”
Terminaba el servicio, y ahí se quedaba el joven Samuel para orar, fue tan recurrente y difícil hacerlo desistir de su empeño que terminaron por dejarle las llaves del templo. Desde entonces Samuel fue claro, él quería ser predicador y comenzaría con su familia. Pero no fue fácil, al inicio todo fue a escondidas, la Biblia, sus escapadas a los servicios, sus predicas clandestinas.
Predicador primerizo
Por esos días fue cuando inició la predicación por radio y así fue que lo llamaron para que conociera un pastor en una noche de vigilia. El pastor desde el pulpito pidió a su congregación que se ofrecieran voluntarios que estuvieran dispuesto a predicar esa misma noche, muchas personas levantaron la mano, incluido Samuel. Fue él quien subió al pulpito de primerizo, al agua.
Poco después llamaron a Samuel para hacerle la invitación a trabajar voluntariamente en varias iglesia donde por dos semanas realizaría el trabajo del pastor. Así comenzó a rodar, pero en una de esas visitas resultó que el pastor no volvió y Samuel terminó ejerciendo el pastorado por ocho meses. Ahí fue la primera vez que sintió el rigor de su oficio, en Chiquimulilla, Santa Rosa. Samuel era muy joven y su congregación muy adulta. Por esos días Samuel recibía un salario de dos dólares al mes, prácticamente servía de voluntario.
Tiempo después realizaría una visita en Sololá a una iglesia nueva. Samuel fue muy animado a dar soporte a esta pequeña comunidad, lo que no le pasaba ni de cerquita por la cabeza, era que esa pequeña sala era la sala de quien futuramente terminaría siendo su suegra.
Allí conoció a la joven Orfelia López. Desde su casa se veía el lago Atlitán. Samuel quedó encantado a la primera mirada. Samuel, como en su época de futbolista, sabía cuándo atacar y por eso percibió que no había tiempo que perder, entonces la invitó a salir. Fueron a caminar por el bosque, donde charlaron largo, y se miraron a los ojos.
La novia cortó la relación
Orfelia fue honesta: En su vida ella no tenía más misión que servir a Dios y por eso había decidido esperar a casarse ya fuera con un cantante o un pastor. Samuel le contestó que él no era cantante, pero que lo otro parecía que venía haciéndolo por unos meses. Entonces se hicieron novios. Samuel viajaba mucho por la región y poco se veían, cosa que estaba comenzando a fastidiarle a Orfelia, por eso tuvo la idea de terminar por medio de una carta. La redactó, pero justo antes de enviarla por correo, Samuel llegó hasta su casa en una visita furtiva e inesperada. Su llegada le generó un ahogamiento de saliva, además con la mala suerte que Samuel encontró la carta. Como lo escrito requiere más empeño que lo hablado, ya Orfelia no pudo reversar con palabras lo que su carta había sentenciado, y así fue que terminaron.
“¡pongamos fecha a la boda!”
Pero no más Samuel salió de esa puerta, para iniciar un viaje de un año largo sin volver a verla, de inmediato Orfelia, sobre todo por la actitud de dignidad con la que Samuel cruzó el portón, tuvo el deseo desesperado de volver a verlo. Entonces un día Samuel, “por calcular la situación”, escribió a Orfelia una carta preguntando por su estado. Ella, coqueta e inteligente, le escribió de vuelta: “Aún guardo muy bien tus cartas pasadas.” Y le saltó el corazón a Samuel, tomó un bus, y se fue en su búsqueda. Estando en Sololá se fue con un pastor amigo a visitar a Orfelia y a su madre. En la charla no dejaron hablar a la joven pareja, súbitamente y sin dar tiempo al desconcierto ni a las formalidades, el pastor dijo a la madre de Orfelia: “¡pongamos fecha a la boda!”, todos quedaron sorprendidos, la mamá puso una contra propuesta en términos de tiempo: ¡Un año! – “no, un año es poco, que sean dos”, dijo el pastor – en dos años ya habrá envejecido – entonces que sea uno y medio… En el fondo de la sala se miraban Samuel y Orfelia. Esa misma noche, Samuel llegó a casa de Orfelia con el propósito de reinaugurar un noviazgo interrumpido y salió comprometido de por vida.
¡ganaba únicamente 2 dólares!
Todo fue un inicio confuso hasta que pensó en lo más práctico y aterrador: ¡que ganaba únicamente 2 dólares! Entonces salió comprometido y con la total clarividencia de su estado de prometido sin techo y sin cama. Lo siguiente era cambiar su ocupación y buscar trabajo. En seguida se fue para la capital, donde había una vacante para trabajar de día en una librería cristiana y de noche en un cine donde proyectaban películas cristianas. El sitio era de un misionero que se llamaba Jerry Owens. Durante ese año y medio Samuel tomó sin falta un bus cada semana desde la Capital hasta Sololá, por tres horas, para ver a Orfelia y se escribieron incesantemente por cartas.
Para continuar la historia de Samuel Morán y Orfelia, mirar la siguiente publicación que lleva por título: HAY RECUERDOS QUE LLEGAN A MI CORAZÓN.