Por Javier Márquez
Cuando recién volvía de los Estados Unidos a Colombia, llegaba con el deseo de reencontrarme y compartir tiempo con mi familia. La persona más difícil era mi hermana, pues los estudios de su doble titulación junto a la dirección que lleva de una revista literaria, eran suficientes para ocuparla casi totalmente. Pero la niña se estaba enfermando de extra-trabajo. Entonces llegué yo, y con mi voz autoritaria de hermano mayor –la que siempre se pasa ella por la faja- le dije: Usted no se me ocupa más durante estos días a estas horas, ¿Y eso por qué? – me respondió. Porque ese será el tiempo para que se relaje un poco mientras le enseño a bailar. Y esa es la historia de la primera vez que esa mujer indómita me hizo caso en lo que lleva de su vida entera.
Las palabras de los padres siempre lo marcan a uno. Por eso algo simplemente cambió para siempre, o mejor dicho, nació para siempre, cuando en una fiesta familiar mi mamá me pidió que yo la sacara a bailar. Esa vez ella acercó su boca a mis oídos y me dijo que estaba contenta porque su hijo supiera bailar tan bien. Mis manos apenas alcanzaban a tocarle los hombros.
Salud y Salsa
De más joven, era sobre todo más futbolero que otra cosa. Pero el mal cuidado de mis lesiones un mal día provocó que sencillamente no pudiera continuar un partido porque el pie izquierdo se me había paralizado en su puesto. Así sucedería en adelante, 10 minutos de futbol, y el pie dejaba de funcionar. Al final tuve que renunciar al juego. Uno o dos años después, cuando incluso a veces se me arrastraba involuntariamente el pie al caminar, miré que en un edificio de mi nuevo barrio bailaban salsa, era una academia. La idea me vino de maravilla, porque siempre había querido aprender a bailar mejor y además necesitaba amigos en mi nuevo barrio. Lo que no sabía era que gracias al baile el tobillo izquierdo dejaría de doler y no volvería jamás a arrastrar el pie. Terminó siendo una terapia que años después mi pie sigue agradeciendo.
Sobre mí considero, que en cuestiones de fe me he vuelto lo suficiente práctico como para tener paz y felicidad garantizadas. sigo con notable atención los muchos cuerpos donde en mí o en otros habita Dios. Uno de ellos es la música y el baile, que me ha regalado Dios para encontrarlo, para encontrarme incontables veces, y de diversas formas, a través de la vida.